La luna y el niño juegan un juego que nadie ve; se ven sin mirarse, hablan lengua de pura mudez.
¿Qué se dicen, qué se callan, quién cuenta una, dos y tres, y quién, tres, y dos, y uno y vuelve a empezar después?
¿Quién se quedó en el espejo, luna, para todo ver? Está el niño alegre y solo: la luna tiende a sus pies
nieve de la madrugada, azul del amanecer; en las dos caras del mundo —la que oye y la que ve— se parte en dos el silencio, la luz se vuelve al revés, y sin manos, van las manos a buscar quién sabe qué, y en el minuto de nadie pasa lo que nunca fue...