Dos de la madrugada. En trémula zozobra; los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde; cuando la fuerza falta y la tristeza sobra, en soledad infinita para estar más acorde.
De improviso resuena el son de un benteveo con tono tan alegre que regocija el alma, y es tal la donosura de su simple gorjeo que sonrío, infantil, renacida la calma.
Y digo: Dios existe; es El quien me conversa como a niña medrosa perdida en la espesura, para que no me queje sintiéndome en olvido.
La breve melodía, al viento se dispersa. Y me quedo pensando por tierna conjetura: ¿en qué rincón de cielo habrá colgado un nido?
Amor, ya no te extraño, porque siempre te encuentro en la nube viajera, en el astro distante, en el rumor del mar, en el viviente centro de la flor que eclosiona, en el áureo levante.
«Las madres las hicieron miles de Blancanieves, cientos de Cenicientas y alguna Rapunzel; y por eso son lindas y de pisadas leves, y tienen la frescura de la col en la piel.
Dos de la madrugada. En trémula zozobra; los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde; cuando la fuerza falta y la tristeza sobra, en soledad infinita para estar más acorde.