Estaba permitido
embriagamos con agua para olvidar
lo que no éramos,
porque al fin y al cabo
todo había perdido su sabor.
Eramos
seres expulsados del Edén del mundo,
para nosotros
no se hacía la luz,
atrás nos habían dejado
los paraísos.
Eran cruentas las despedidas
en la víspera de alguien
que se iba a soñar
que alguna vez abriría la puerta.
Todos nos dijimos
visitamos en un mundo mejor,
pero no cumplimos la promesa.
Ansiábamos entre los muros
un horizonte que no veíamos
como un anuncio que promete
una isla de mares cristalinos.
Esperábamos a nuestros doctores
amasando el pan del almuerzo
para fingirles
que aún existíamos.
En las horas más rancias
nos tomábamos de los brazos.
A veces se nos permitía
echarnos al sol
para no vernos.
Circulaban los libros,
Wayne Dyer, Buscaglia,
Cómo vivir la vida feliz,
La universidad de la vida
y otros.
Para los más sabios
la poesía era un lugar
donde orquestar su huida.
Hubo un hombre.
Me regaló a Laing y a Cooper
y aunque predicó allí la antisiquiatría
no sobrevivió a la burla
de los conjuros médicos.
—Pintor se decía—
traficó con droga y dinamita.
Propagó ofertas de matrimonio
que tenían como única garantía
algunos pésimos bocetos.
Entonces le mostré la psicopatía
en un poema del colombiano Asunción,
Saltó los muros.
Allí encontré
las mejores metáforas.
Mi amiga y yo hablábamos
de conciertos de perros en las noches,
de ladridos que creíamos
nos llamaban a nosotras.
Supimos que el delirio era
una forma de sostenernos
en los precipicios.
Orquestamos bailes
con músicas que no sonaban.
Salvo las horas de miedo
también era posible reír.
De las reuniones de quejas,
de la carne dura,
de falsos mormones
que profetizaban nuevos advenimientos.
También recé
a un Dios que no era el mío
cuando nos juntábamos a las siete
después de la cena.
Nos permitimos mezclar
la leyenda de Cristo
con la de David y Salomón,
porque cualquier cosa era buena
si se trataba de hallar
una esperanza en ese templo.
No creo que fueras mala.
clínica Monserrat,
sólo que tenías cosas buenas y malas.
Te olvidé cuando la libertad
se me reveló,
se posó como un estandarte,
como algo que ya no me desmerece
y me obliga
en un muro de ladrillos
frente a la ventana ahora abierta.
Desde entonces
Dios es alguien
que resurge de esos garabatos
para no saber
que aún hay seres
que en las madrugadas
maúllan al unísono
llamando a sus madres