Las mareas, de Max Jara | Poema

    Poema en español
    Las mareas

    ¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes 
    con las inagotables fiebres del infinito, 
    preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes 
    con su ser justifican la belleza del mito 
    que los ojos helenos glorificaban antes, 
    ebrios de agua y de sol en las playas egeas, 
    en los pechos heroicos los hálitos gigantes 
        de las vastas mareas! 



    *** 



    Son las nupcias de la Luna y de los mares 
        -ella triste y él amargo-, 
    que confunden sus nostálgicos pesares 
        en un beso casto y largo. 
    Es la Luna que deshoja sus lumínicos azahares 
        sobre el dorso quejumbroso de los mares. 
    Es del golfo, en la lívida penumbra, 
    el silencio de la ola, toda blanca, que se encumbra. 
    Son dos ritmos dolorosos 
        de la luz y de la espuma: dos sollozos 
    que se buscan, y que se hallan 
    en el lecho de las playas. 

    Son dos tristes que confunden sus pudores 
        a despecho de la ausencia, 
    dos desnudos que se muestran la hermosura de sus flores, 
        dos conciencias 
        como espejos, 
        que se miran desde lejos 
        frente a frente, 
        y ejecutan lentamente 
    una cópula sin nombre que nuestro ojo no concibe, 
    nuestro ciego ojo, que vive 
    sólo el círculo mezquino de la vida de los hombres. 

    Y los mares se retuercen sobre el lecho de la arena 
    murmurando sus vagidos de materia dolorosa, 
        y la blanca Luna llena 
        en los ámbitos solloza 
    su aureola de nostalgias, cuyo brillo gemebundo 
    nos da idea de cómo hablan los cadáveres de mundo. 

    Ya los vientos se han callado. Sólo se oye un gran lamento 
    sordo y largo, grito triste del misterio desvelado. 
    Y en agudo paroxismo 
    de potencia creadora, 
    con el grito del abismo 
    cuanto existe ruge y llora. 

    Vida eterna, tú, despierta 
    en la chispa y en la gota, mi conciencia está a ti abierta 
        cual el hondo mar informe, 
    para que hables a mi vida con el soplo o con el rayo. 
        Habla, madre; 
        que mi lengua cante o ladre 
        la visión de tu desmayo. 
        Hacia tierras ignoradas y remotas, 
    ola hermana, con la gracia de tus gotas 
    va un momento de mi vida, con el hálito divino 
    un enjambre se ha marchado de los versos cristalinos; 
        sobre el dorso inquieto y vasto, 
    con el rayo de la Luna va un deseo simple y casto. 

    • Ojitos de pena 
      carita de luna, 
      lloraba la niña 
      sin causa ninguna. 

      La madre cantaba, 
      meciendo la cuna: 
      «No llore sin pena, 
      carita de luna». 

      Ojitos de pena, 
      carita de luna, 
      ya niña lloraba 
      amor sin fortuna. 

    • ¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes 
      con las inagotables fiebres del infinito, 
      preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes 
      con su ser justifican la belleza del mito 
      que los ojos helenos glorificaban antes,