A Diego Almansa: un Gran amigo que siempre habló con claridad
Hablaré claro, hablaré sin giros ni rodeos, que también la poesía es el grito desnudo de un simple alfabeto. Hablaré claro, para tener contentos a los oídos (¿o quizá a la conciencia?) de un gran amigo.
Diré cosas claras, diáfanas, nítidas como el petróleo. Diré que la vida en Sudán es un plato sobre la mano; diré que en Sierra Leona llevan siete años de Masacre Civil y nadie mueve un dedo para evitarlo; debe ser tan poco importante que ya cansaron a los telediarios. Diré, que para algunos, ser indio en México es vivir en pecado; que el Grupo de los Ocho juega al Risk con muñequitos de carne y hueso \uf02d o sólo hueso \uf02d. Diré que la roja sangre de los rojos, nunca enrojeció la tierra de los blancos; que los niños de Río son las páginas que se pasan de los periódicos. Diré que la Tierra se muere, y que todos iremos al entierro, obligados.
Diré, que Dios es tan antiguo que aún no se ha enterado que el láser de los hombres puede curar la ceguera.
Podría hablar más poéticamente, y quizá hasta construir un buen poema; pero no quiero, no vaya a ser que no me entiendan. Y no hablo, precisamente, para ser entendido por unos pocos.
Estoy hablando claro, como quiere un gran amigo.
Tan claro que muchos dirían que la tinta con la que escribo es demasiado negra para entender lo que digo.
Vamos a hablar claro. Otra vez. Aunque no quede bonito. Aunque no nos vayan a coger para un telediario (o mejor dicho, gracias a eso). Vamos a decir lo que vemos. O mejor, lo que no vemos por ningún sitio. Vemos un puñado de peces esparcidos por el suelo,