Cantar, de Miguel Hernández | Poema

Vientos del pueblo me llevan, 
vientos del pueblo me arrastran, 
me esparcen el corazón 
y me aventan la garganta. 

Vivo yo, pero yo no vivo entero. 
De mis ojos ausente, 
careciendo de ti, vivo que muero, 
canario adoleciente, 
canto y estoy más pálido que un diente. 

Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
decidme en el alma: ¿quién, 
quién levantó los olivos? 

No los levantó la nada, 
ni el dinero, ni el señor, 
sino la tierra callada, 
el trabajo y el sudor. 

Quiero morir riendo ojos, 
no quiero morirme serio; 
y que me den tierra pronto...  
pero no de cementerio. 

No quiero morir -dormir- 
no quiero dormir muriendo 
en un estéril jardín...  
¡Yo quiero morir viviendo! 

En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería.
 
Yo quiero ser llorando el hortelano 
de la tierra que ocupas y estercolas, 
compañero del alma, tan temprano. 

Ha enmudecido el campo, presintiendo la lluvia. 
Reaparece en la tierra su primer abandono. 
La alegría del cielo se desconsuela a veces, 
sobre un pastor sediento. 

Brotan del corazón, irrumpen por los brazos, 
saltan, y desembocan sobre la luz herida 
a golpes, a zarpazos. 

Carne de yugo, ha nacido 
más humillado que bello, 
con el cuello perseguido 
por el yugo para el cuello. 

Nace, como la herramienta, 
a los golpes destinado, 
de una tierra descontenta 
y un insatisfecho arado.