Vivo yo, pero yo no vivo entero.
De mis ojos ausente,
careciendo de ti, vivo que muero,
canario adoleciente,
canto y estoy más pálido que un diente.
Te veo en todo lado y no te encuentro,
y no me encuentro en nada;
te llevo dentro, y no, me llevo dentro,
¡ay! vida mutilada,
yo, en mi mitad, ¡oh Bienenamorada!
Mi amor, a quien agrega fortaleza,
la soledad del huerto,
seco de sed por ti, sufre y bosteza,
y sigue en su desierto
por no caer de tentaciones muerto.
Soy llama con ardor de ser ceniza.
Sola abundantemente,
esta porción de ti, la tiraniza
- ¡oh qué guerra frecuente! -
mi pupila, tormento de mi frente.
Le falta la merced de tu asistencia
a mi amor exprofeso.
Tengo en estos rosales la presencia
y esencia de tu beso,
en tanto grado puro, en ¡tanto! ileso.
Codiciosos de ti, me estoy robando,
me aplico poco al suelo;
me dedico a los dos de cuando en cuando,
a tu imagen apelo
siempre, siempre presente, y siempre en celo.
Yo ya no soy; yo soy mi anatomía.
¿Por qué? de mí desistes
peligro de mis venas, alma mía...
¡Ay! La flor de los tristes
va a dieta de amor como de alpistes.
Desamparado el cuerpo, en desaseo,
sobre el amor en paro,
soy mi verdugo y juez, y más mi reo,
mi tempestad y faro;
tú, mi ejemplar virtud, mi vicio caro.
Me levanto de mí cuando me acuesto
gimiendo mis heridas,
infeccionado todo de tu gesto,
de tus gratas manidas,
gracias comunicables y queridas.
¿Y tu boca?, reparo de la mía,
¡ay! bello mal que cura
¡ay! alta nata de mi pastoría
¡ay! majada segura
y oveja de mi boca, si pastura.
Esparcida por todos los lugares,
en ellos te deseo.
Sigo tus huellas, flores de azahares,
te silbo y te zureo,
y con todas las cosas me peleo.
Patria de mis suspiros y mi empeño,
celeste femenina;
vuelve la hermosa página del ceño
que cielos contamina.
Yo para ti, si tú, para mi ruina.