Cántico corporal, de Miguel Hernández | Poema

    Poema en español
    Cántico corporal

    Vivo yo, pero yo no vivo entero. 
    De mis ojos ausente, 
    careciendo de ti, vivo que muero, 
    canario adoleciente, 
    canto y estoy más pálido que un diente. 

    Te veo en todo lado y no te encuentro, 
    y no me encuentro en nada; 
    te llevo dentro, y no, me llevo dentro, 
    ¡ay! vida mutilada, 
    yo, en mi mitad, ¡oh Bienenamorada! 

    Mi amor, a quien agrega fortaleza, 
    la soledad del huerto, 
    seco de sed por ti, sufre y bosteza, 
    y sigue en su desierto 
    por no caer de tentaciones muerto. 

    Soy llama con ardor de ser ceniza. 
    Sola abundantemente, 
    esta porción de ti, la tiraniza 
    - ¡oh qué guerra frecuente! - 
    mi pupila, tormento de mi frente. 

    Le falta la merced de tu asistencia 
    a mi amor exprofeso. 
    Tengo en estos rosales la presencia 
    y esencia de tu beso, 
    en tanto grado puro, en ¡tanto! ileso. 

    Codiciosos de ti, me estoy robando, 
    me aplico poco al suelo; 
    me dedico a los dos de cuando en cuando, 
    a tu imagen apelo 
    siempre, siempre presente, y siempre en celo. 

    Yo ya no soy; yo soy mi anatomía. 
    ¿Por qué? de mí desistes 
    peligro de mis venas, alma mía... 
    ¡Ay! La flor de los tristes 
    va a dieta de amor como de alpistes. 

    Desamparado el cuerpo, en desaseo, 
    sobre el amor en paro, 
    soy mi verdugo y juez, y más mi reo, 
    mi tempestad y faro; 
    tú, mi ejemplar virtud, mi vicio caro. 

    Me levanto de mí cuando me acuesto 
    gimiendo mis heridas, 
    infeccionado todo de tu gesto, 
    de tus gratas manidas, 
    gracias comunicables y queridas. 

    ¿Y tu boca?, reparo de la mía, 
    ¡ay! bello mal que cura 
    ¡ay! alta nata de mi pastoría 
    ¡ay! majada segura 
    y oveja de mi boca, si pastura. 

    Esparcida por todos los lugares, 
    en ellos te deseo. 
    Sigo tus huellas, flores de azahares, 
    te silbo y te zureo, 
    y con todas las cosas me peleo. 

    Patria de mis suspiros y mi empeño, 
    celeste femenina; 
    vuelve la hermosa página del ceño 
    que cielos contamina. 
    Yo para ti, si tú, para mi ruina.