Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos, que son dos hormigueros solitarios, y son mis manos sin las tuyas varios intratables espinos a manojos.
No me encuentro los labios sin tus rojos, que me llenan de dulces campanarios, sin ti mis pensamientos son calvarios criando nardos y agostando hinojos.
No sé qué es de mi oreja sin tu acento, ni hacia qué polo yerro sin tu estrella, y mi voz sin tu trato se afemina.
Los olores persigo de tu viento y la olvidada imagen de tu huella, que en ti principia, amor, y en mí termina.
Riéndose, burlándose con claridad del día, se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces. No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Tened presente el hambre: recordad su pasado turbio de capataces que pagaban en plomo. Aquel jornal al precio de la sangre cobrado, con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
Alto soy de mirar a las palmeras, rudo de convivir con las montañas... Yo me vi bajo y blando en las aceras de una ciudad espléndida de arañas. Difíciles barrancos de escaleras, calladas cataratas de ascensores, ¡qué impresión de vacío!,