Un albañil quería... No le faltaba aliento. Un albañil quería, piedra tras piedra, muro tras muro, levantar una imagen al viento desencadenador en el futuro.
Quería un edificio capaz de lo más leve. No le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería! Piedras de plumas, muros de pájaros los mueve una imaginación al mediodía.
Reía. Trabajaba. Cantaba. De sus brazos, con un poder más alto que el ala de los truenos iban brotando muros lo mismo que aletazos. Pero los aletazos duran menos.
Al fin, era la piedra su agente. Y la montaña tiene valor de vuelo si es totalmente activa. Piedra por piedra es peso y hunde cuanto acompaña aunque esto sea un mundo de ansia viva.
Un albañil quería... Pero la piedra cobra su torva densidad brutal en un momento. Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra fueron precipitados él y el viento.
Riéndose, burlándose con claridad del día, se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces. No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Alto soy de mirar a las palmeras, rudo de convivir con las montañas... Yo me vi bajo y blando en las aceras de una ciudad espléndida de arañas. Difíciles barrancos de escaleras, calladas cataratas de ascensores, ¡qué impresión de vacío!,
Tened presente el hambre: recordad su pasado turbio de capataces que pagaban en plomo. Aquel jornal al precio de la sangre cobrado, con yugos en el alma, con golpes en el lomo.