Señor heme aquí despoblado surgiendo entre los pájaros. Ya ha sonado la hora en las quietas aguas de mi centro mas yo permanezco abierto a la espesa influencia de los antiguos soles que manaron los muertos. Sí. Decidme: ¿para qué nacimos? ¿para qué se hicieron montañas en la luna y el martirio innoble de los buzos? La más vieja pregunta asesina mis dedos doloridos de Palpar en la sombría búsqueda de las parturientas. El asco de la rata disfrazada en hálito blanquísimo la copa de mis sienes resecas en deshechos corceles Sorbiendo gota a gota amarga sangre negra y hueca mariposa disecada irrumpen en mi boca por alarido hondo de abisales tristezas. Sé que mi soledad y mi grito van más lejos que la selva y la órbita. Sé que es un misterio el nacimiento del hombre las anchas noches de estío y el diálogo que tú y yo sostenemos sobre la nada de los peatones. Un misterio también la marcha del escarabajo buscando sus mañanas de yeso y el idilio tembloroso de abismo de las galaxias enamoradas con los peces sumidos en la lluvia. ¡Sabiduría inútil de flotantes columnas sin mediodía entero...!
II
Esta flor tan hermosa que vibra al viento su dulce ritmo dormido nació para morir y alimentar así los labios desnudos del otoño. Las gacelas se rinden temblorosas al poderío ciego de sus machos y mientras las niñas sonríen dulcemente a feroces telúricos nutridos en las cuevas arcillosas de los muslos en mi muñeca tibia se aloja el tiempo palpitando milésimas cara a la eternidad. El anciano astral hila indiferentes máscaras de besos húmedos arañas ríos dulces con sol galope de vibrantes sonrisas y estanques abandonados bajo la rota sumersión de las estatuas. Decidme: ¿existe un puñal certero que hunda las gargantas de devorado mar en resumidas olas amantes de la nube? ¿existe la raíz que nos oriente en conmovidas cifras sin sentido ni olvido? En mi costado suenan triunfales caracolas las piquetas mezclando; árboles ardientes paralepípedos y ciertas ánforas de tierra que labios consumidos desterraron. Señor así pues no me busques más. Me voy solo y sin nadie. Agotado de luz. Tranquilo. Desesperado. Ciego insumiso fijamente perplejo. Una onda de rutas busco que reflejen el secreto sueño de la estrella en el ávido esqueleto de mis labios.
Lo sabéis amigos no volveremos más. La virtud de la lluvia se aniquila en los soles y el viento entre las flores se sumerge en la sangre de los toros. Sólo los viejos vagabundos al morir pueden saber quizá el secreto de la hora derramada