Lo que esperamos, de Oliverio Girondo | Poema

    Poema en español
    Lo que esperamos

    Tardará, tardará. 

    Ya sé que todavía 
    los émbolos, 
    la usura, 
    el sudor, 
    las bobinas 
    seguirán produciendo, 
    al por mayor, 
    en serie, 
    iniquidad, 
    ayuno, 
    rencor, 
    desesperanza; 
    para que las lombrices con huecos pórtasenos, 
    las vacas de embajada, 
    los viejos paquidermos de esfínteres crinudos, 
    se sacien de adulterios, 
    de diamantes, 
    de caviar, 
    de remedios. 

    Ya sé que todavía pasarán muchos años 
    para que estos crustáceos 
    del asfalto 
    y la mugre 
    se limpien la cabeza, 
    se alejen de la envidia, 
    no idolatren la seña, 
    no adoren la impostura, 
    y abandonen su costra 
    de opresión, 
    de ceguera, 
    de mezquindad, 
    de bosta. 

    Pero, quizás, un día, 
    antes de que la tierra se canse de atraernos 
    y brindarnos su seno, 
    el cerebro les sirva para sentirse humanos, 
    ser hombres, 
    ser mujeres, 
    —no cajas de caudales, 
    ni perchas desoladas—, 
    someter a las ruedas, 
    impedir que nos maten, 
    comprobar que la vida se arranca y despedaza 
    los chalecos de fuerza de todos los sistemas; 
    y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas 
    se encuentran en nosotros y no bajo la tierra. 

    Y entonces... 
    ¡Ah! ese día 
    abriremos los brazos 
    sin temer que el instinto nos muerda los garrones, 
    ni recelar de todo, 
    hasta de nuestra sombra; 
    y seremos capaces de acercarnos al pasto, 
    a la noche, 
    a los ríos, 
    sin rubor, 
    mansamente, 
    con las pupilas claras, 
    con las manos tranquilas; 
    y usaremos palabras sustanciosas, 
    auténticas; 
    no como esos vocablos erizados de inquina 
    que babean las hienas al instarnos al odio, 
    ni aquellos que se asfixian 
    en estrofas de almíbar 
    y fustigada clara de huevo corrompido; 
    sino palabras simples, 
    de arroyo, 
    de raíces, 
    que en vez de separarnos 
    nos acerquen un poco; 
    o mejor todavía, 
    guardaremos silencio 
    para tomar el pulso a todo lo que existe 
    y vivir el milagro de cuanto nos rodea, 
    mientras alguien nos diga, 
    con una voz de roble, 
    lo que desde hace siglos 
    esperamos en vano.

    • Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón. 

    • Lo palpable lo mórbido 
      el conco fondo ardido los tanturbios 
      las tensas sondas hondas los reflujos las ondas de la carne 
      y sus pistilos núbiles contráctiles 
      y sus anexos nidos 
      los languiformes férvidos subsobornos innúmeros del tacto 
      su mosto azul desnudo 

    • Este campo fue mar 
      de sal y espuma. 
      Hoy oleaje de ovejas, 
      voz de avena. 

      Más que tierra eres cielo, 
      campo nuestro. 
      Puro cielo sereno... 
      Puro cielo. 

      ¿De tu origen marino no conservas 
      más caracol que el nido del hornero? 

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