No soy quien escucha ese trote llovido que atraviesa mis venas.
No soy quien se pasa la lengua entre los labios, al sentir que la boca se me llena de arena.
No soy quien espera, enredado en mis nervios, que las horas me acerquen el alivio del sueño, ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido, mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.
¿Que las poleas ya no se contentan con devorar millares y millares de dedos meñiques? ¿Que las máquinas de coser amenazan zurcirnos hasta los menores intersticios? ¿Que la depravación de las esferas terminará por degradar a la geometría?
Y de los replanteos y recontradicciones y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado y de los repropósitos y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables y del revés y del derecho
Allí están, allí estaban las trashumantes nubes, la fácil desnudez del arroyo, la voz de la madera, los trigales ardientes, la amistad apacible de las piedras.
Abandoné las sombras, las espesas paredes, los ruidos familiares, la amistad de los libros, el tabaco, las plumas, los secos cielorrasos; para salir volando, desesperadamente.
Es una intensísima corriente un relámpago ser de lecho una dona mórbida ola un reflujo zumbo de anestesia una rompiente ente florescente una voraz contráctil prensil corola entreabierta y su rocío afrodisíaco y su carnalesencia natal