Amor, entonces el otoño estaba en la punta de mis dedos. Y fueron los climas de tu mano recogiendo las hojas hasta reconstruir el árbol de mi vida. Eras entonces un río azul, amor, desembocando en mis semillas; una mirada limpia sobre la piel que me contiene y un puñado de besos llevándome al calor que aún necesitaba. Entonces me sentí seguro de ser más importante que la muerte, que la soledad, que la angustia, que la opresión y que todos los vértigos en donde se encuentra el hombre postergado como una cosa inútil.
Ahora sé, amor, que siempre anduve asegurado y que cuando el otoño amenazaba destruirme bastaba un gesto tuyo para brotar musicales los frutos que mi canto repartía con tus manos, a todos los pájaros que sueña la montaña...
Ahora sé, que siempre adivinaría tu amor hacia los niños que se nievan aproximándose al otoño. Ahora sé, amor, que siempre había caído mi frente con la redonda frente del rocío.
Ahora sé, que siempre hubiéramos navegado con los ríos, bajo los puentes que nunca se duelen de ser puentes, a pesar del musgo y del invierno.
Hace cuatro años ya que mis hojas caen sobre tu pecho y hace cuatro años ya que son devueltas a mis ramas con el sencillo ademán del que se siente enamorado.
Aquel otoño, amor, mi sueño vegetal creció junto a tus manos desde la base misma de tu risa, y cada fruto de mi canto tuvo el aroma de tu nombre y la redonda ternura de tus labios. Amor, ahora atiendo la sabiduría que tus ríos enseñan a mis manos...
Amor, entonces el otoño estaba en la punta de mis dedos. Y fueron los climas de tu mano recogiendo las hojas hasta reconstruir el árbol de mi vida. Eras entonces un río azul, amor, desembocando en mis semillas;