Alianza, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Alianza

    Ni el corazón cortado por un vidrio 
    en un erial de espinas, 
    ni las aguas atroces vistas en los rincones 
    de ciertas casas, aguas como párpados y ojos, 
    podrían sujetar tu cintura en mis manos 
    cuando mi corazón levanta sus encinas 
    hacia tu inquebrantable hilo de nieve. 

    Nocturno azúcar, espíritu 
    de las coronas, 
    redimida 
    sangre humana, tus besos 
    me destierran, 
    y um golpe de agua con restos del mar 
    golpea los silencios que te esperan 
    rodeando las gastadas sillas, gastando puertas. 

    Noches con ejes claros, 
    partida, material, únicamente 
    voz, únicamente 
    desnuda cada día. 
    Sobre tus pechos de corriente inmóvil, 
    sobre tus piernas de dureza y agua, 
    sobre la permanencia y el orgullo 
    de tu pelo desnudo, 
    quiero estar, amor mío, ya tiradas las lágrimas 
    al ronco cesto donde se acumulan, 
    quiero estar, amor mío solo con una sílaba 
    de plata destrozada, solo con una punta 
    de tu pecho de nieve. 

    Ya no es posible, a veces 
    ganar sino cayendo, 
    ya no es posible, entre dos seres 
    temblar, tocar la flor del río: 
    hebras de hombre vienen como agujas, 
    tramitaciones, trozos, 
    familias de coral repulsivo, tormentas 
    y pasos duros por alfombras 
    de invierno. 

    Entre labios y labios hay ciudades 
    de gran ceniza y húmeda cimera, 
    gotas de cuándo y cómo, indefinidas 
    circulaciones: 
    entre labios y labios como por una costa 
    de arena y vidrio, pasa el viento. 

    Por eso eres sin fin, recógeme como si fueras 
    toda solemnidad, toda nocturna 
    como una zona, hasta que te confundas 
    con las líneas del tiempo. 
    Avanza en la dulzura, 
    ven a mi lado hasta que las digitales 
    hojas de los violines 
    hayan callado, hasta que los musgos 
    arraiguen en el trueno, hasta que del latido 
    de mano y mano bajen las raíces.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

    •         Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías, 
              pastor de cabras, tu inocencia arrugada, 
              la escolástica de viejas páginas, un olor 
              a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado 
              sobre los montes, y en tu máscara 

    • Y fue a esa edad... Llegó la poesía 
      a buscarme. No sé, no sé de dónde 
      salió, de invierno o río. 
      No sé cómo ni cuándo, 
      no, no eran voces, no eran 
      palabras, ni silencio, 
      pero desde una calle me llamaba, 
      desde las ramas de la noche, 

    • Ni el corazón cortado por un vidrio 
      en un erial de espinas, 
      ni las aguas atroces vistas en los rincones 
      de ciertas casas, aguas como párpados y ojos, 
      podrían sujetar tu cintura en mis manos 
      cuando mi corazón levanta sus encinas 

    • Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
      El río anuda al mar su lamento obstinado. 

      Abandonado como los muelles en el alba. 
      Es la hora de partir, oh abandonado! 

      Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
      Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! 

    • Adiós, pero conmigo 
      serás, irás adentro 
      de una gota de sangre que circule en mis venas 
      o fuera, beso que me abrasa el rostro 
      o cinturón de fuego en mi cintura. 
      Dulce mía, recibe 
      el gran amor que salió de mi vida 
      y que en ti no encontraba territorio