Oda a don Jorge Manrique, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda a don Jorge Manrique

    Adelante, le dije, 
    y entró el buen caballero 
    de la muerte. 

    Era de plata verde 
    su armadura 
    y sus ojos 
    eran 
    como el agua marina. 
    Sus manos y su rostro 
    eran de trigo. 

    Habla, le dije, caballero 
    Jorge, 
    no puedo 
    oponer sino el aire 
    a tus estrofas. 
    De hierro y sombra fueron, 
    de diamantes 
    oscuros 
    y cortadas 
    quedaron 
    en el frío 
    de las torres 
    de España, 
    en la piedra, en el agua, 
    en el idioma. 
    Entonces, él me dijo: 
    «Es la hora 
    de la vida. 
    Ay 
    si pudiera 
    morder una manzana, 
    tocar la polvorosa 
    suavidad de la harina. 
    Ay si de nuevo 
    el canto... 
    No a la muerte 
    daría 
    mi palabra... 
    Creo 
    que el tiempo oscuro 
    nos cegó 
    el corazón 
    y sus raíces 
    bajaron y bajaron 
    a las tumbas, 
    comieron 
    con la muerte. 
    Sentencia y oración fueron las rosas 
    de aquellas enterradas 
    primaveras 
    y, solitario trovador, 
    anduve 
    callado en las moradas 
    transitorias: 
    todos los pasos iban 
    a una solemne 
    eternidad 
    vacía. 
    Ahora 
    me parece 
    que no está solo el hombre. 
    En sus manos 
    ha elaborado 
    como si fuera un duro 
    pan, la esperanza, 
    la terrestre 
    esperanza». 

    Miré y el caballero 
    de piedra 
    era de aire. 

    Ya no estaba en la silla. 

    Por la abierta ventana 
    se extendían las tierras, 
    los países, 
    la lucha, el trigo, 
    el viento. 

    Gracias, dije, don Jorge, caballero. 

    Y volví a mi deber de pueblo y canto. 

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.