Oda a la primavera, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda a la primavera

    Primavera 
    temible, 
    rosa 
    loca, 
    llegarás, 
    llegas 
    imperceptible, 
    apenas 
    un temblor de ala, un beso 
    de niebla con jazmines, 
    el sombrero 
    lo sabe, 
    los caballos, 
    el viento 
    trae una carra verde 
    que los árboles icen 
    y comienzan 
    las hojas 
    a mirar con un ojo, 
    a ver de nuevo el mundo, 
    se convencen. 
    Todo está preparado, 
    el viejo sol supremo, 
    el agua que habla, 
    todo, 
    y entonces 
    salen todas las faldas 
    del follaje, 
    la esmeraldina, 
    loca 
    primavera, 
    luz desencadenada, 
    yegua verde, 
    todo 
    se multiplica, 
    todo 
    busca 
    palpando 
    una materia 
    que repita su forma, 
    el germen mueve 
    pequeños pies sagrados, 
    el hombre 
    ciñe 
    el amor de su amada, 
    y la tierra se llena 
    de frescura, 
    de pétalos que caen 
    como harina, 
    la tierra 
    brilla recién pintada 
    mostrando 
    su fragancia 
    en sus heridas, 
    los besos de los labios de claveles, 
    la marea escarlata de la rosa. 
    Ya está bueno! 
    Ahora, 
    primavera, 
    dime para qué sirves 
    y a quién sirves. 
    Dime si el olvidado 
    en su caverna 
    recibió tu vista, 
    si el abogado pobre 
    en su oficina 
    vio florecer tus pétalos 
    sobre la sucia alfombra, 
    si el minero 
    de las minas de mi patria 
    no conoció 
    más que la primavera negra 
    del carbón 
    o el viento envenenado 
    del azufre. 

    Primavera, 
    muchacha, 
    te esperaba! 
    Toma esta escoba y barre 
    el mundo. 
    Limpia 
    con este trapo 
    las fronteras, 
    sopla 
    los techos de los hombres, 
    escarba 
    el oro 
    acumulado 
    y reparte 
    los bienes 
    escondidos, 
    ayúdame 
    cuando 
    ya 
    el 
    hombre 
    esté libre 
    de miseria, 
    polvo, 
    harapos, 
    deudas, 
    llagas, 
    dolores, 
    cuando 
    con tus transformadoras manos de hada 
    y las manos del pueblo, 
    cuando sobre la tierra 
    el fuego y el amor 
    toquen tus bailarines 
    pies de nácar, 
    cuando 
    tú, primavera, 
    entres 
    a todas 
    las casas de los hombres, 
    te amaré sin pecado, 
    desordenada dalia, 
    acacia loca, 
    amada, 
    contigo, con tu aroma, 
    con tu abundancia, sin remordimiento 
    con tu desnuda nieve 
    abrasadora, 
    con tus más desbocados manantiales 
    sin descartar la dicha 
    de otros hombres, 
    con la miel misteriosa 
    de las abejas diurnas, 
    sin que los negros tengan 
    que vivir apartados 
    de los blancos, 
    oh primavera 
    de la noche sin pobres, 
    sin pobreza, 
    primavera 
    fragante, 
    llegarás, 
    llegas, 
    te veo 
    venir por el camino: 
    ésta es mi casa, 
    entra, 
    tardabas, 
    era hora, 
    qué bueno es florecer, 
    qué trabajo 
    tan bello: 
    qué activa 
    obrera eres, 
    primavera, 
    tejedora, 
    labriega, 
    ordeñadora, 
    múltiple abeja, 
    máquina 
    transparente, 
    molino de cigarras, 
    entra 
    en todas las casas, 
    adelante, 
    trabajaremos juntos 
    en la futura y pura 
    fecundidad florida.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.