Oda a la alegría, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda a la alegría

    Alegría 
    hoja verde 
    caída en la ventana, 
    minúscula 
    claridad 
    recién nacida, 
    elefante sonoro, 
    deslumbrante 
    moneda, 
    a veces 
    ráfaga quebradiza, 
    pero 
    más bien 
    pan permanente, 
    esperanza cumplida, 
    deber desarrollado. 
    Te desdeñé, alegría. 
    Fui mal aconsejado. 
    La luna 
    me llevó por sus caminos. 
    Los antiguos poetas 
    me prestaron anteojos 
    y junto a cada cosa 
    un nimbo oscuro 
    puse, 
    sobre la flor una corona negra, 
    sobre la boca amada 
    un triste beso. 
    Aún es temprano. 
    Déjame arrepentirme. 
    Pensé que solamente 
    si quemaba 
    mi corazón 
    la zarza del tormento, 
    si mojaba la lluvia 
    mi vestido 
    en la comarca cárdena del luto, 
    si cerraba 
    los ojos a la rosa 
    y tocaba la herida, 
    si compartía todos los dolores, 
    yo ayudaba a los hombres. 
    No fui justo. 
    Equivoqué mis pasos 
    y hoy te llamo, alegría. 

    Como la tierra 
    eres 
    necesaria. 

    Como el fuego 
    sustentas 
    los hogares. 

    Como el pan 
    eres pura. 

    Como el agua de un río 
    eres sonora. 

    Como una abeja 
    repartes miel volando. 

    Alegría, 
    fui un joven taciturno, 
    hallé tu cabellera 
    escandalosa. 

    No era verdad, lo supe 
    cuando en mi pecho 
    desató su cascada. 

    Hoy, alegría, 
    encontrada en la calle, 
    lejos de todo libro, 
    acompáñame: 

    contigo 
    quiero ir de casa en casa, 
    quiero ir de pueblo en pueblo, 
    de bandera en bandera. 
    No eres para mí solo. 
    A las islas iremos, 
    a los mares. 
    A las minas iremos, 
    a los bosques. 
    No sólo leñadores solitarios, 
    pobres lavanderas 
    o erizados, augustos 
    picapedreros, 
    me van a recibir con tus racimos, 
    sino los congregados, 
    los reunidos, 
    los sindicatos de mar o madera, 
    los valientes muchachos 
    en su lucha. 

    Contigo por el mundo! 
    Con mi canto! 
    Con el vuelo entreabierto 
    de la estrella, 
    y con el regocijo 
    de la espuma! 

    Voy a cumplir con todos 
    porque debo 
    a todos mi alegría. 

    No se sorprenda nadie porque quiero 
    entregar a los hombres 
    los dones de la tierra, 
    porque aprendí luchando 
    que es mi deber terrestre 
    propagar la alegría. 
    Y cumplo mi destino con mi canto.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.