Oda a la pobreza, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda a la pobreza

    Cuando nací, 
    pobreza,     
    me seguiste, 
    me mirabas 
    a través 
    de las tablas podridas 
    por el profundo invierno.     
    De pronto 
    eran tus ojos 
    los que miraban desde los agujeros. 
    Las goteras,     
    de noche, repetían 
    tu nombre y tu apellido 
    o a veces 
    el salto quebrado, el traje roto,     
    los zapatos abiertos, 
    me advertían. 
    Allí estabas 
    acechándome     
    tus dientes de carcoma, 
    tus ojos de pantano, 
    tu lengua gris 
    que corta     
    la ropa, la madera, 
    los huesos y la sangre, 
    allí estabas 
    buscándome,     
    siguiéndome, 
    desde mi nacimiento 
    por las calles. 

    Cuando alquilé una pieza     
    pequeña, en los suburbios, 
    sentada en una silla 
    me esperabas,     
    o al descorrer las sábanas 
    en un hotel oscuro, 
    adolescente, 
    no encontré la fragancia     
    de la rosa desnuda, 
    sino el silbido frío 
    de tu boca. 
    Pobreza,     
    me seguiste 
    por los cuarteles y los hospitales, 
    por la paz y la guerra.     
    Cuando enfermé tocaron 
    a la puerta: 
    no era el doctor, entraba     
    otra vez la pobreza. 
    Te vi sacar mis muebles 
    a la calle: 
    los hombres     
    los dejaban caer como pedradas. 
    Tú, con amor horrible, 
    de un montón de abandono     
    en medio de la calle y de la lluvia 
    ibas haciendo 
    un trono desdentado     
    y mirando a los pobres 
    recogías 
    mi último plato haciéndolo diadema.     
    Ahora, 
    pobreza, 
    yo te sigo. 
    Como fuiste implacable, 
    soy implacable.     
    Junto 
    a cada pobre 
    me encontrarás cantando, 
    bajo 
    cada sábana     
    de hospital imposible 
    encontrarás mi canto. 
    Te sigo, 
    pobreza,     
    te vigilo, 
    te acerco, 
    te disparo, 
    te aislo, 
    te cerceno las uñas,     
    te rompo 
    los dientes que te quedan. 
    Estoy 
    en todas partes:     
    en el océano con los pescadores, 
    en la mina 
    los hombres 
    al limpiarse la frente,     
    secarse el sudor negro, 
    encuentran 
    mis poemas. 
    Yo salgo cada día     
    con la obrera textil. 
    Tengo las manos blancas 
    de dar pan en las panaderías.     
    Donde vayas, 
    pobreza, 
    mi canto 
    está cantando, 
    mi vida     
    está viviendo, 
    mi sangre 
    está luchando. 
    Derrotaré 
    tus pálidas banderas     
    en donde se levanten. 
    Otros poetas 
    antaño te llamaron 
    santa,     
    veneraron tu capa, 
    se alimentaron de humo 
    y desaparecieron. 
    Yo te desafío,     
    con duros versos te golpeo el rostro, 
    te embarco y te destierro. 
    Yo con otros,     
    con otros, muchos otros, 
    te vamos expulsando 
    de la tierra a la luna     
    para que allí te quedes 
    fría y encarcelada 
    mirando con un ojo     
    el pan y los racimos 
    que cubrirá la tierra 
    de mañana.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.