¡Alma mía! ¡Alma mía! Raíz de mi sed viajera, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    ¡Alma mía! ¡Alma mía! Raíz de mi sed viajera

    Alma mía! Alma mía! Raíz de mi sed viajera, 
    gota de luz que espanta los asaltos del mundo. 
    Flor mía. Flor de mi alma. Terreno de mis besos. 
    Campanada de lágrimas. Remolino de arrullos. 
    Agua viva que escurre su queja entre mis dedos. 
    Azul y alada como los pájaros y el humo. 
    Te parió mi nostalgia, mi sed, mi ansia, mi espanto. 
    Y estallaste en mis brazos como en la flor el fruto. 

    Zona de sombra, línea delgada y pensativa. 
    Enredadera crucificada sobre un muro. 
    Canción, sueño, destino. Flor mía, flor de mi alma. 
    Aletazo de sueño, mariposa, crepúsculo. 

    En la alta noche mi alma se tuerce y se destroza. 
    La castigan los látigos del sueño y la socavan. 
    Para esta inmensidad ya no hay nada en la tierra. 
    Ya no hay nada. 
    Se revuelven las sombras y se derrumba todo. 
    Caen sobre mis ruinas las vigas de mi alma. 

    No lucen los luceros acerados y blancos. 
    Todo se rompe y cae. Todo se borra y pasa, 
    Es el dolor que aúlla como un loco en un bosque. 
    Soledad de la noche. Soledad de mi alma. 
    El grito, el alarido. Ya no hay nada en la tierra! 
    La furia que amedrenta los cantos y las lágrimas. 
    Sólo la sombra estéril partida por mis gritos. 
    Y la pared del cielo tendida contra mi alma! 

    Eres. Entonces eres y te buscaba entonces. 
    Eres labios de beso, fruta de sueños, todo. 
    Estás, eres y te amo! Te llamo y me respondes! 
    Luminaria de luna sobre los campos solos. 
    Flor mía, flor de mi alma, qué más para esta vida! 
    Tu voz, tu gesto pálido, tu ternura, tus ojos. 
    La delgada caricia que te hace arder entera. 
    Los dos brazos que emergen como juncos de asombro. 
    Todo tu cuerpo ardido de blancura en el vientre. 
    Las piernas perezosas. Las rodillas. Los hombros. 
    La cabellera de alas negras que van volando. 
    Las arañas oscuras del pubis en reposo. 

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

    •         Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías, 
              pastor de cabras, tu inocencia arrugada, 
              la escolástica de viejas páginas, un olor 
              a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado 
              sobre los montes, y en tu máscara 

    • Y fue a esa edad... Llegó la poesía 
      a buscarme. No sé, no sé de dónde 
      salió, de invierno o río. 
      No sé cómo ni cuándo, 
      no, no eran voces, no eran 
      palabras, ni silencio, 
      pero desde una calle me llamaba, 
      desde las ramas de la noche, 

    • Ni el corazón cortado por un vidrio 
      en un erial de espinas, 
      ni las aguas atroces vistas en los rincones 
      de ciertas casas, aguas como párpados y ojos, 
      podrían sujetar tu cintura en mis manos 
      cuando mi corazón levanta sus encinas 

    • Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
      El río anuda al mar su lamento obstinado. 

      Abandonado como los muelles en el alba. 
      Es la hora de partir, oh abandonado! 

      Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
      Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! 

    • Adiós, pero conmigo 
      serás, irás adentro 
      de una gota de sangre que circule en mis venas 
      o fuera, beso que me abrasa el rostro 
      o cinturón de fuego en mi cintura. 
      Dulce mía, recibe 
      el gran amor que salió de mi vida 
      y que en ti no encontraba territorio