Déjame sueltas las manos, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Déjame sueltas las manos

    Déjame sueltas las manos 
    y el corazón, déjame libre! 
    Deja que mis dedos corran 
    por los caminos de tu cuerpo. 
    La pasión —sangre, fuego, besos— 
    me incendia a llamaradas trémulas. 
    Ay, tú no sabes lo que es esto! 

    Es la tempestad de mis sentidos 
    doblegando la selva sensible de mis nervios. 
    Es la carne que grita con sus ardientes lenguas! 
    Es el incendio! 
    Y estás aquí, mujer, como un madero intacto 
    ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas 
    hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros! 

    Déjame libres las manos 
    y el corazón, déjame libre! 

    Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo! 
    No es amor, es deseo que se agosta y se extingue, 
    es precipitación de furias, 
    acercamiento de lo imposible, 
    pero estás tú, 
    estás para dármelo todo, 
    y a darme lo que tienes a la tierra viniste— 
    como yo para contenerte, 
    y desearte, 
    y recibirte!

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.