Epitalamio, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Epitalamio

    Recuerdas cuando 
    en invierno 
    llegamos a la isla? 
    El mar hacia nosotros levantaba 
    una copa de frío. 
    En las paredes las enredaderas 
    susurraban dejando 
    caer hojas oscuras 
    a nuestro paso. 
    Tú eras también una pequeña hoja 
    que temblaba en mi pecho. 
    El viento de la vida allí te puso. 
    En un principio no te vi: no supe 
    que ibas andando conmigo, 
    hasta que tus raíces 
    horadaron mi pecho, 
    se unieron a los hilos de mi sangre, 
    hablaron por mi boca, 
    florecieron conmigo. 
    Así fue tu presencia inadvertida, 
    hoja o rama invisible 
    y se pobló de pronto 
    mi corazón de frutos y sonidos. 
    Habitaste la casa 
    que te esperaba oscura 
    y encendiste las lámparas entonces. 
    Recuerdas, amor mío, 
    nuestros primeros pasos en la isla: 
    las piedras grises nos reconocieron, 
    las rachas de la lluvia, 
    los gritos del viento en la sombra. 
    Pero fue el fuego 
    nuestro único amigo, 
    junto a él apretamos 
    el dulce amor de invierno 
    a cuatro brazos. 
    El fuego vio crecer nuestro beso desnudo 
    hasta tocar estrellas escondidas, 
    y vio nacer y morir el dolor 
    como una espada rota 
    contra el amor invencible. 
    Recuerdas, 
    oh dormida en mi sombra, 
    cómo de ti crecía 
    el sueño, 
    de tu pecho desnudo 
    abierto con sus cúpulas gemelas 
    hacia el mar, hacia el viento de la isla 
    y cómo yo en tu sueño navegaba 
    libre, en el mar y en el viento 
    atado y sumergido sin embargo 
    al volumen azul de tu dulzura. 
    Oh dulce, dulce mía, 
    cambió la primavera 
    los muros de la isla. 
    Apareció una flor como una gota 
    de sangre anaranjada, 
    y luego descargaron los colores 
    todo su peso puro. 
    El mar reconquistó su transparencia, 
    la noche en el cielo 
    destacó sus racimos 
    y ya todas las cosas susurraron 
    nuestro nombre de amor, piedra por piedra 
    dijeron nuestro nombre y nuestro beso. 
    La isla de piedra y musgo 
    resonó en el secreto de sus grutas 
    como en tu boca el canto, 
    y la flor que nacía 
    entre los intersticios de la piedra 
    con su secreta sílaba 
    dijo al pasar tu nombre 
    de planta abrasadora, 
    y la escarpada roca levantada 
    como el muro del mundo 
    reconoció mi canto, bienamada, 
    y todas las cosas dijeron 
    tu amor, mi amor, amada, 
    porque la tierra, el tiempo, el mar, la isla, 
    la vida, la marea, 
    el germen que entreabre 
    sus labios en la tierra, 
    la flor devoradora, 
    el movimiento de la primavera, 
    todo nos reconoce. 
    Nuestro amor ha nacido 
    fuera de las paredes, 
    en el viento, 
    en la noche, 
    en la tierra, 
    y por eso la arcilla y la corola, 
    el barro y las raíces 
    saben cómo te llamas, 
    y saben que mi boca 
    se juntó con la tuya 
    porque en la tierra nos sembraron juntos 
    sin que sólo nosotros lo supiéramos 
    y que crecemos juntos 
    y florecemos juntos 
    y por eso 
    cuando pasamos, 
    tu nombre está en los pétalos 
    de la rosa que crece en la piedra, 
    mi nombre está en las grutas. 
    Ellos todo lo saben, 
    no tenemos secretos, 
    hemos crecido juntos 
    pero no lo sabíamos. 
    El mar conoce nuestro amor, las piedras 
    de la altura rocosa 
    saben que nuestros besos florecieron 
    con pureza infinita, 
    como en sus intersticios una boca 
    escarlata amanece: 
    así conocen nuestro amor y el beso 
    que reúnen tu boca y la mía 
    en una flor eterna. 
    Amor mío, 
    la primavera dulce, 
    flor y mar, nos rodean. 
    No la cambiamos 
    por nuestro invierno, 
    cuando el viento 
    comenzó a descifrar tu nombre 
    que hoy en todas las horas repite, 
    cuando 
    las hojas no sabían 
    que tú eras una hoja, 
    cuando 
    las raíces 
    no sabían que tú me buscabas 
    en mi pecho. 
    Amor, amor, 
    la primavera 
    nos ofrece el cielo, 
    pero la tierra oscura 
    es nuestro nombre, 
    nuestro amor pertenece 
    a todo el tiempo y la tierra. 
    Amándonos, mi brazo 
    bajo tu cuello de arena, 
    esperaremos 
    cómo cambia la tierra y el tiempo 
    en la isla, 
    cómo caen las hojas 
    de las enredaderas taciturnas, 
    cómo se va el otoño 
    por la ventana rota. 
    Pero nosotros 
    vamos a esperar 
    a nuestro amigo, 
    a nuestro amigo de ojos rojos, 
    el fuego, 
    cuando de nuevo el viento 
    sacuda las fronteras de la isla 
    y desconozca el nombre 
    de todos, 
    el invierno 
    nos buscará, amor mío, 
    siempre, 
    nos buscará, porque lo conocemos, 
    porque no lo tememos, 
    porque tenemos 
    con nosotros 
    el fuego 
    para siempre. 
    Tenemos 
    la tierra con nosotros 
    para siempre, 
    la primavera con nosotros 
    para siempre, 
    y cuando se desprenda 
    de las enredaderas 
    una hoja 
    tú sabes, amor mío, 
    qué nombre viene escrito 
    en esa hoja, 
    un nombre que es el tuyo y es el mío, 
    nuestro nombre de amor, un solo 
    ser, la flecha 
    que atravesó el invierno, 
    el amor invencible, 
    el fuego de los días, 
    una hoja 
    que me cayó en el pecho, 
    una hoja del árbol 
    de la vida 
    que hizo nido y cantó, 
    que echó raíces, 
    que dio flores y frutos. 
    Y así ves, amor mío, 
    cómo marcho 
    por la isla, 
    por el mundo, 
    seguro en medio de la primavera, 
    loco de luz en el frío, 
    andando tranquilo en el fuego, 
    levantando tu peso 
    de pétalo en mis brazos, 
    como si nunca hubiera caminado 
    sino contigo, alma mía, 
    como si no supiera caminar 
    sino contigo, 
    como si no supiera cantar 
    sino cuando tú cantas.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.