Oda al mar, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda al mar

    Aquí en la isla 
    el mar 
    y cuánto mar 
    se sale de sí mismo 
    a cada rato, 
    dice que sí, que no, 
    que no, que no, que no, 
    dice que si, en azul, 
    en espuma, en galope, 
    dice que no, que no. 
    No puede estarse quieto, 
    me llamo mar, repite 
    pegando en una piedra 
    sin lograr convencerla, 
    entonces 
    con siete lenguas verdes 
    de siete perros verdes, 
    de siete tigres verdes, 
    de siete mares verdes, 
    la recorre, la besa, 
    la humedece 
    y se golpea el pecho 
    repitiendo su nombre. 
    Oh mar, así te llamas, 
    oh camarada océano, 
    no pierdas tiempo y agua, 
    no te sacudas tanto, 
    ayúdanos, 
    somos los pequeñitos 
    pescadores, 
    los hombres de la orilla, 
    tenemos frío y hambre 
    eres nuestro enemigo, 
    no golpees tan fuerte, 
    no grites de ese modo, 
    abre tu caja verde 
    y déjanos a todos 
    en las manos 
    tu regalo de plata: 
    el pez de cada día. 

    Aquí en cada casa 
    lo queremos 
    y aunque sea de plata, 
    de cristal o de luna, 
    nació para las pobres 
    cocinas de la tierra. 
    No lo guardes, 
    avaro, 
    corriendo frío como 
    relámpago mojado 
    debajo de tus olas. 
    Ven, ahora, 
    ábrete 
    y déjalo 
    cerca de nuestras manos, 
    ayúdanos, océano, 
    padre verde y profundo, 
    a terminar un día 
    la pobreza terrestre. 
    Déjanos 
    cosechar la infinita 
    plantación de tus vidas, 
    tus trigos y tus uvas, 
    tus bueyes, tus metales, 
    el esplendor mojado 
    y el fruto sumergido. 

    Padre mar, ya sabemos 
    cómo te llamas, todas 
    las gaviotas reparten 
    tu nombre en las arenas: 
    ahora, pórtate bien, 
    no sacudas tus crines, 
    no amenaces a nadie, 
    no rompas contra el cielo 
    tu bella dentadura, 
    déjate por un rato 
    de gloriosas historias, 
    danos a cada hombre, 
    a cada 
    mujer y a cada niño, 
    un pez grande o pequeño 
    cada día. 
    Sal por todas las calles 
    del mundo 
    a repartir pescado 
    y entonces 
    grita, 
    grita 
    para que te oigan todos 
    los pobres que trabajan 
    y digan, 
    asomando a la boca 
    de la mina: 
    'Ahí viene el viejo mar 
    repartiendo pescado'. 
    Y volverán abajo, 
    a las tinieblas, 
    sonriendo, y por las calles 
    y los bosques 
    sonreirán los hombres 
    y la tierra 
    con sonrisa marina. 
    Pero 
    si no lo quieres, 
    si no te da la gana, 
    espérate, 
    espéranos, 
    lo vamos a pensar, 
    vamos en primer término 
    a arreglar los asuntos 
    humanos, 
    los más grandes primero, 
    todos los otros después, 
    y entonces 
    entraremos en ti, 
    cortaremos las olas 
    con cuchillo de fuego, 
    en un caballo eléctrico 
    saltaremos la espuma, 
    cantando 
    nos hundiremos 
    hasta tocar el fondo 
    de tus entrañas, 
    un hilo atómico 
    guardará tu cintura, 
    plantaremos 
    en tu jardín profundo 
    plantas 
    de cemento y acero, 
    te amarraremos 
    pies y manos, 
    los hombres por tu piel 
    pasearán escupiendo, 
    sacándote racimos, 
    construyéndote arneses, 
    montándote y domándote 
    dominándote el alma. 
    Pero eso será cuando 
    los hombres 
    hayamos arreglado 
    nuestro problema, 
    el grande, 
    el gran problema. 
    Todo lo arreglaremos 
    poco a poco: 
    te obligaremos, mar, 
    te obligaremos, tierra, 
    a hacer milagros, 
    porque en nosotros mismos, 
    en la lucha, 
    está el pez, está el pan, 
    está el milagro.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.