Juntos nosotros, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Juntos nosotros

    Qué pura eres de sol o de noche caída, 
    qué triunfal desmedida tu órbita de blanco, 
    y tu pecho de pan, alto de clima, 
    tu corona de árboles negros, bienamada, 
    y tu nariz de animal solitario, de oveja salvaje 
    que huele a sombra y a precipitada fuga titánica. 
    Ahora, qué armas espléndidas mis manos, 
    digna su pala de hueso y su lirio de uñas, 
    y el puesto de mi rostro, y el arriendo de mi alma 
    están situados en lo justo de la fuerza terrestre. 

    Qué pura mi mirada de nocturna influencia, 
    caída de ojos oscuros y feroz acicate, 
    mi simétrica estatua de piernas gemelas 
    sube hacia estrellas húmedas cada mañana, 
    y mi boca de exilio muerde la carne y la uva, 
    mis brazos de varón, mi pecho tatuado 
    en que penetra el vello como ala de estaño, 
    mi cara blanca hecha para la profundidad del sol, 
    mi pelo hecho de ritos, de minerales negros, 
    mi frente, penetrante como golpe o camino, 
    mi piel de hijo maduro, destinado al arado, 
    mis ojos de sal ávida, de matrimonio rápido, 
    mi lengua amiga blanda del dique y del buque, 
    mis dientes de horario blanco, de equidad sistemática, 
    la piel que hace a mi frente un vacío de hielos 
    y en mi espalda se torna, y vuela en mis párpados, 
    y se repliega sobre mi más profundo estimulo, 
    y crece hacia las rosas en mis dedos, 
    en mi mentón de hueso y en mis pies de riqueza. 

    Y tú como un mes de estrella, como un beso fijo, 
    como estructura de ala, o comienzos de otoño, 
    niña, mi partidaria, mi amorosa, 
    la luz hace su lecho bajo tus grandes párpados, 
    dorados como bueyes, y la paloma redonda 
    hace sus nidos blancos frecuentemente en ti. 
    Hecha de ola en lingotes y tenazas blancas, 
    tu salud de manzana furiosa se estira sin límite, 
    el tonel temblador en que escucha tu estómago, 
    tus manos hijas de la harina y del cielo. 

    Qué parecida eres al más largo beso, 
    su sacudida fija parece nutrirte, 
    y su empuje de brasa, de bandera revuelta, 
    va latiendo en tus dominios y subiendo temblando, 
    y entonces tu cabeza se adelgaza en cabellos, 
    y su forma guerrera, su círculo seco, 
    se desploma de súbito en hilos lineales 
    como filos de espadas o herencias de humo.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

    •         Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías, 
              pastor de cabras, tu inocencia arrugada, 
              la escolástica de viejas páginas, un olor 
              a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado 
              sobre los montes, y en tu máscara 

    • Y fue a esa edad... Llegó la poesía 
      a buscarme. No sé, no sé de dónde 
      salió, de invierno o río. 
      No sé cómo ni cuándo, 
      no, no eran voces, no eran 
      palabras, ni silencio, 
      pero desde una calle me llamaba, 
      desde las ramas de la noche, 

    • Ni el corazón cortado por un vidrio 
      en un erial de espinas, 
      ni las aguas atroces vistas en los rincones 
      de ciertas casas, aguas como párpados y ojos, 
      podrían sujetar tu cintura en mis manos 
      cuando mi corazón levanta sus encinas 

    • Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
      El río anuda al mar su lamento obstinado. 

      Abandonado como los muelles en el alba. 
      Es la hora de partir, oh abandonado! 

      Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
      Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! 

    • Adiós, pero conmigo 
      serás, irás adentro 
      de una gota de sangre que circule en mis venas 
      o fuera, beso que me abrasa el rostro 
      o cinturón de fuego en mi cintura. 
      Dulce mía, recibe 
      el gran amor que salió de mi vida 
      y que en ti no encontraba territorio