Oda a la poesía, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda a la poesía

    Cerca de cincuenta años 
    caminando 
    contigo, Poesía. 
    Al principio 
    me enredabas los pies 
    y caía de bruces 
    sobre la tierra oscura 
    o enterraba los ojos 
    en la charca 
    para ver las estrellas. 
    Más tarde te ceñiste 
    a mí con los dos brazos de la amante 
    y subiste 
    en mi sangre 
    como una enredadera. 
    Luego 
    te convertiste 
    en copa. 

    Hermoso 
    fue 
    ir derramándote sin consumirte, 
    ir entregando tu agua inagotable, 
    ir viendo que una gota 
    caída sobre un corazón quemado 
    y desde sus cenizas revivía. 
    Pero no me bastó tampoco. 
    Tanto anduve contigo 
    que te perdí el respeto. 
    Dejé de verte como 
    náyade vaporosa 
    te puse a trabajar de lavandera, 
    a vender pan en las panaderías, 
    a hilar con las sencillas tejedoras, 
    a golpear hierros en la metalurgia. 
    Y seguiste conmigo 
    andando por el mundo, 
    pero tú ya no eras 
    la florida 
    estatua de mi infancia. 
    Hablabas 
    ahora 
    con voz férrea. 
    Tus manos 
    fueron duras como piedras. 
    Tu corazón 
    fue un abundante 
    manantial de campanas, 
    elaboraste pan a manos llenas, 
    me ayudaste a no caer de bruces, 
    me buscaste 
    compañía, 
    no una mujer, 
    no un hombre, 
    sino miles, millones. 
    Juntos, Poesía, 
    fuimos 
    al combate, a la huelga, 
    al desfile, a los puertos, 
    a la mina, 
    y me reí cuando saliste 
    con la frente manchada de carbón 
    o coronada de aserrrín fragante 
    de los aserraderos. 
    Y no dormíamos en los caminos. 
    Nos esperaban grupos 
    de obreros con camisas 
    recién lavadas y banderas rojas. 

    Y tú, Poesía, 
    antes tan desdichadamente tímida, 
    a la cabeza 
    fuiste 
    y todos 
    se acostumbraron a tu vestidura 
    de estrella cotidiana, 
    porque aunque algún relámpago delató tu familia 
    cumpliste tu tarea, 
    tu paso entre los pasos de los hombres. 
    Yo te pedí que fueras 
    utilitaria y útil, 
    como metal o harina, 
    dispuesta a ser arado, 
    herramienta, 
    pan y vino, 
    dispuesta, Poesía, 
    a luchar cuerpo a cuerpo 
    y a caer desangrándote. 

    Y ahora, 
    Poesía, 
    gracias, esposa, 
    hermana o madre 
    o novia, 
    gracias, ola marina, 
    azahar y bandera, 
    motor de música, 
    largo pétalo de oro, 
    campana submarina, 
    granero 
    inextinguible, 
    gracias, 
    tierra de cada uno 
    de mis días, 
    vapor celeste y sangre 
    de mis años, 
    porque me acompañaste 
    desde la más enrarecida altura 
    hasta la simple mesa 
    de los pobres, 
    porque pusiste en mi alma 
    sabor ferruginoso 
    y fuego frío, 
    porque me levantaste 
    hasta la altura insigne 
    de los hombres comunes, 
    Poesía, 
    porque contigo 
    mientras me fui gastando 
    tú continuaste 
    desarrollando tu frescura firme, 
    tu ímpetu cristalino, 
    como si el tiempo 
    que poco a poco me convierte en tierra 
    fuera a dejar corriendo eternamente 
    las aguas de mi canto.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.