Poema 5. Para que tú me oigas, de Pablo Neruda | Poema

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    Poema 5. Para que tú me oigas

    Para que tú me oigas 
    mis palabras 
    se adelgazan a veces 
    como las huellas de las gaviotas en las playas. 

    Collar, cascabel ebrio 
    para tus manos suaves como las uvas. 

    Y las miro lejanas mis palabras. 
    Más que mías son tuyas. 
    Van trepando en mi viejo dolor como las yedras. 

    Ellas trepan así por las paredes húmedas. 
    Eres tú la culpable de este juego sangriento. 

    Ellas están huyendo de mi guarida oscura. 
    Todo lo llenas tú, todo lo llenas. 

    Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, 
    y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. 

    Ahora quiero que digan lo que quiero decirte 
    para que tú las oigas como quiero que me oigas. 

    El viento de la angustia aún las suele arrastrar. 
    Huracanes de sueños aún a veces las tumban. 

    Escuchas otras voces en mi voz dolorida. 
    Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. 
    Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme. 
    Sígueme, compañera, en esa ola de angustia. 

    Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. 
    Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas. 

    Voy haciendo de todas un collar infinito 
    para tus blancas manos, suaves como las uvas.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

    •         Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías, 
              pastor de cabras, tu inocencia arrugada, 
              la escolástica de viejas páginas, un olor 
              a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado 
              sobre los montes, y en tu máscara 

    • Y fue a esa edad... Llegó la poesía 
      a buscarme. No sé, no sé de dónde 
      salió, de invierno o río. 
      No sé cómo ni cuándo, 
      no, no eran voces, no eran 
      palabras, ni silencio, 
      pero desde una calle me llamaba, 
      desde las ramas de la noche, 

    • Ni el corazón cortado por un vidrio 
      en un erial de espinas, 
      ni las aguas atroces vistas en los rincones 
      de ciertas casas, aguas como párpados y ojos, 
      podrían sujetar tu cintura en mis manos 
      cuando mi corazón levanta sus encinas 

    • Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
      El río anuda al mar su lamento obstinado. 

      Abandonado como los muelles en el alba. 
      Es la hora de partir, oh abandonado! 

      Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
      Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! 

    • Adiós, pero conmigo 
      serás, irás adentro 
      de una gota de sangre que circule en mis venas 
      o fuera, beso que me abrasa el rostro 
      o cinturón de fuego en mi cintura. 
      Dulce mía, recibe 
      el gran amor que salió de mi vida 
      y que en ti no encontraba territorio 

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