Son importantes tantas cosas, de Paloma Palao | Poema

    Poema en español
    Son importantes tantas cosas

    Son importantes tantas cosas 
    -madre-. El olor 
    de naftalina, los baúles 
    en los que vamos destripando 
    sueños, años pasados 
    bajo la misma sombra. Sin embargo, 
    preparo con prisa mis maletas, vacío 
    los cajones rencorosa 
    de una alegría que no pudiste 
    darme, y es todo tuyo 
    -madre-. Las maderas 
    que rechinan vengativas, los cuadros 
    de dudosa 
    firma, las bandejas de plata que transportaron 
    turrones navidades 
    pasadas y nunca perseguidas. 
    Hago el inventario 
    -cruel siempre- que me anuncia 
    tu presente 
    concepción de silencios. Hago 
    y olvido, varias 
    docenas 
    de bordadas enaguas y colchas 
    con mi nombre. Las mantas 
    -madre- quedan con su olor a naftalina 
    enmohecida, quedan 
    dos pares de zapatos viejos, mi primer 
    par de medias, el bolso 
    que estrené una mañana, cuando tuve 
    que esconder mi pañuelo 
    demasiado grande para una sola 
    lágrima. Mi estatura 
    se parte -frente a ti- y sólo 
    queda un murmullo 
    de alas vencidas por la vida. Me olvido 
    de las cosas importantes. Del vaso 
    de mis fiebres, de las horas 
    pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo 
    todo -madre-. Hasta esa lágrima 
    dormida entre mis ojos. Dejo 
    a cambio el inventario -firmado y rubricado- 
    de mis sueños. Abres la puerta, salgo 
    cierras. Vuelves 
    por el largo pasillo de la casa. Enderezas 
    ese cuadro 
    torcido, que yo moví al pasar y quizá 
    pienses en pintar las paredes 
    de mi cuarto, en cambiar las cortinas, 
    en recoger pisadas que aún 
    nos viven, 
    que nos pueblan de adioses 
    presurosos, como alargados trenes 
    que no paran. Que no te importe 
    nada, madre, madre. Que no te importe 
    la sangre -madre mía- que en río 
    de silencios nos separa. Que no te importen 
    las llaves que perdiste 
    para impedir mi marcha. 

    • En 
      la larga desolación, de que la luna 
      se tienda sobre mi corazón, aunque yo no lo quiera, 
      de que el pez 
      se agarre a mi voz, sin que yo pueda 
      mover una sola de mis intenciones, atada 
      para siempre 
      a una mesa, a la mesa