Juana volver a mirarte ha sido. Una enfermedad desconocida lame la tierra. En el sembrado muchos volcanes que nunca se inflamaron. Un milagro cuando los colores se convierten en hijos. Sombras nítidas si es posible en los campanarios. Cantos claros acallados por el rayo del instinto. Brotan piedras amarillas de la sangre extraviada. Algo estremece la edad definitiva de aquel tiempo en los cristales. Un alivio de flores se subleva como una tormenta. Quizá ojos y acueductos fundidos por la memoria. En valles de savia la frialdad terrible de la fatiga. Una vejez torpemente nueva irrumpe en los canales del espacio. Los días del suicidio son días de un azul derramado. Antes una plaga de horas tristes ha labrado el alma. La pregunta de una llama y en el fuego una llamada. Es vuelo de pájaros tibios lo que repite el aire. Destierros sagrados que curan sin descanso. Cirujanos y pena más altos que el trigo y los muros. Lentamente protegen tejados de escarcha. Amenazan las promesas sinceras de la nada. Sobrevive lo contiguo y luchan los balcones a lo lejos. Juana volver a mirarte ha sido.
Juana volver a mirarte ha sido. Una enfermedad desconocida lame la tierra. En el sembrado muchos volcanes que nunca se inflamaron. Un milagro cuando los colores se convierten en hijos. Sombras nítidas si es posible en los campanarios.
Quiero pintar de blanco la hierba de la pradera y el compacto césped que recubre los jardines; todos pensarán que venció la fuerza del desierto y yo seré durante años el Dueño de la vida, dejando que me acaricie la tibieza del sueño alado