Aquí en esta orilla blanca, de Pedro Salinas | Poema

    Poema en español
    Aquí en esta orilla blanca

    Aquí 
    en esta orilla blanca 
    del lecho donde duermes 
    estoy al borde mismo 
    de tu sueño. Si diera 
    un paso mas, caerla 
    en sus ondas, rompiéndolo 
    como un cristal. Me sube 
    el calor de tu sueño 
    hasta el rostro. Tu hálito 
    te mide la andadura 
    del soñar: va despacio. 
    Un soplo alterno, leve 
    me entrega ese tesoro 
    exactamente: el ritmo 
    de tu vivir soñando. 
    Miro. Veo la estofa 
    de que está hecho tu sueño. 
    La tienes sobre el cuerpo 
    como coraza ingrávida. 
    Te cerca de respeto. 
    A tu virgen te vuelves 
    toda entera, desnuda, 
    cuando te vas al sueño. 
    En la orilla se paran 
    las ansias y los besos: 
    esperan, ya sin prisa, 
    a que abriendo los ojos 
    renuncies a tu ser 
    invulnerable. Busco 
    tu sueño. Con mi alma 
    doblada sobre ti 
    las miradas recorren, 
    traslúcida, tu carne 
    y apartan dulcemente 
    las señas corporales, 
    por ver si hallan detrás 
    las formas de tu sueño. 
    No lo encuentran. Y entonces 
    pienso en tu sueño. Quiero 
    descifrarlo. Las cifras 
    no sirven, no es secreto. 
    Es sueño y no misterio. 
    Y de pronto, en el alto 
    silencio de la noche, 
    un soñar mío empieza 
    al borde de tu cuerpo; 
    en él el tuyo siento. 
    Tú dormida, yo en vela, 
    hacíamos lo mismo. 
    No había que buscar: 
    tu sueño era mi sueño.

    Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936. 

    • Si te quiero 
      no es porque te lo digo; 
      es porque me lo digo y me lo dicen. 
      El decírtelo a ti, ¡Que poco importa 
      a esa pura verdad que es en su fondo 
      quererte! Me lo digo, 
      y es como un despertar de un no decirlo, 
      como un nacer desnudo, 

    • Qué alegría, vivir 
      sintiéndose vivido. 
      Rendirse 
      a la gran certidumbre, oscuramente, 
      de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, 
      me está viviendo. 
      Que cuando los espejos, los espías, 
      azogues, almas cortas, aseguran 
      que estoy aquí, yo, inmóvil, 

    • ¿Serás, amor 
      un largo adiós que no se acaba? 
      Vivir, desde el principio, es separarse. 
      En el primer encuentro 
      con la luz, con los labios, 
      el corazón percibe la congoja 
      de tener que estar ciego y solo un día. 
      Amor es el retraso milagroso 

    • Quietas, dormidas están, 
      las treinta, redondas, blancas. 
      Entre todas 
      sostienen el mundo. 
      Míralas, aquí en su sueño, 
      como nubes, 
      redondas, blancas, y dentro 
      destinos de trueno y rayo, 
      destinos de lluvia lenta,