Ayer te besé en los labios. Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto que duró más que un relámpago, que un milagro, más. El tiempo después de dártelo no lo quise para nada ya, para nada lo había querido antes. Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso; estoy solo con mis labios. Los pongo no en tu boca, no, ya no —¿adónde se me ha escapado?—. Los pongo en el beso que te di ayer, en las bocas juntas del beso que se besaron. Y dura este beso más que el silencio, que la luz. Porque ya no es una carne ni una boca lo que beso, que se escapa, que me huye. No. Te estoy besando más lejos.
Lo que queremos nos quiere, aunque no quiera querernos. Nos dice que no y que no, pero hay que seguir queriéndolo: porque el no tiene un revés –quien lo dice no lo sabe--, y siguiendo en el querer los dos se lo encontraremos.
Si te quiero no es porque te lo digo; es porque me lo digo y me lo dicen. El decírtelo a ti, ¡Que poco importa a esa pura verdad que es en su fondo quererte! Me lo digo, y es como un despertar de un no decirlo, como un nacer desnudo,
Qué alegría, vivir sintiéndose vivido. Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías, azogues, almas cortas, aseguran que estoy aquí, yo, inmóvil,
¿Serás, amor un largo adiós que no se acaba? Vivir, desde el principio, es separarse. En el primer encuentro con la luz, con los labios, el corazón percibe la congoja de tener que estar ciego y solo un día. Amor es el retraso milagroso
Los cielos son iguales. Azules, grises, negros, se repiten encima del naranjo o la piedra: nos acerca mirarlos. Las estrellas suprimen, de lejanas que son, las distancias del mundo. Si queremos juntarnos, nunca mires delante:
Torpemente el amor busca. Vive en mí como una oscura fuerza extrañada. No tiene ojos que le satisfagan su ansia de ver. Los espera. Tantea a un lado y a otro: se tropieza con el cielo, con un papel, o con nada. Ni aire ni tierra ni agua
Amor, amor, catástrofe. ¡Qué hundimiento del mundo! Un gran horror a techos quiebra columnas, tiempos; los reemplaza por cielos intemporales. Andas, ando por entre escombros de estíos y de inviernos derrumbados. Se extinguen
Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta,