Sin armas. Ni las dulces sonrisas, ni las llamas rápidas de la ira. Sin armas. Ni las aguas de la bondad sin fondo, ni la perfidia, corvo pico. Nada. Sin armas. Sola.
Ceñida en tu silencio. «Sí» y «no», «mañana» y «cuando», quiebran agudas puntas de inútiles saetas en tu silencio liso sin derrota ni gloria. ¡Cuidado!, que te mata —fría, invencible, eterna— eso, lo que te guarda, eso, lo que te salva, el filo del silencio que tú aguzas.
El alma tenías tan clara y abierta, que yo nunca pude entrarme en tu alma. Busqué los atajos angostos, los pasos altos y difíciles... A tu alma se iba por caminos anchos. Preparé alta escala —soñaba altos muros
Lo dejaría todo, todo lo tiraría; los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú que no eres mi amor, ¡si me llamaras!
Mientras haya alguna ventana abierta, ojos que vuelven del sueño, otra mañana que empieza. Mar con olas trajineras -mientras haya- trajinantes de alegrías, llevándolas y trayéndolas. Lino para la hilandera, árboles que se aventuren,
Horizontal, sí, te quiero. Mírale la cara al cielo, de cara. Déjate ya de fingir un equilibrio donde lloramos tú y yo. Ríndete a la gran verdad final, a lo que has de ser conmigo, tendida ya, paralela, en la muerte o en el beso.
¡Qué gran víspera el mundo! No había nada hecho. Ni materia, ni números, ni astros, ni siglos,... nada. El carbón no era negro ni la rosa era tierna. Nada era nada, aún. ¡Qué inocencia creer que fue el pasado de otros
¡Qué paseo de noche con tu ausencia a mi lado! Me acompaña el sentir que no vienes conmigo. Los espejos, el agua se creen que voy solo; se lo creen los ojos.
El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo!