De laurel, no de acero, con falda de campanas y cristales, la torre es un arquero cuyos leves puñales aun mojados de rosas son mortales.
El primero fue el río, lo mató una magnolia en primavera y se quedó vacío color de nieve y cera bendiciendo la mano que lo hiriera.
Más tarde fue la fuente del Alcázar Real la fenecida y cayó blandamente en su taza dormida igual que una paloma en vuelo herida.
Después fue la muralla, con su manto morisco y almenado, quien cayó en la batalla sangrando en el costado por un lirio galán y enamorado. Y las rejas floridas y la cruz de la plaza y la cancela, recibieron heridas del arquero que en vela en la Giralda es novio y centinela.
En Sevilla se muere con una muerte blanda y deseada, y el dardo que te hiere no es cuchillo ni espada, que es de flor y de sol la puñalada.
Yo mismo estoy herido por una rosa nueva y amarilla que del cielo ha caído dejando mi mejilla salpicada con sangre de Sevilla.
Sé que no tengo cura y no me quejo a nadie de mi suerte; mi herida es mi ventura y cuando caiga inerte bendeciré al amor que me da muerte.
«Y me bendijo a mi mare; y me bendijo a mi mare. Diez séntimos le di a un pobre y me bendijo a mi mare. ¡Ay! qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande. ¡Qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande!»
va con un hombre 'la Lirio'. La tarde pone en sus ojos un barco de plata y vidrio, mientras que Cádiz se enciende a lo lejos como un cirio, en un altar encalado de torres en equilibrio.
Fue hacia la tercera luna cuando lo sintió en los centros. Estaba sobre la hierba, tumbada de cara al cielo -viendo la tarde morirse sobre sus ojos abiertos- cuando notó en la cintura como un pájaro pequeño, que aleteó por lo oscuro