Iba convaleciente
de una herida de amor en el costado;
iba casi inconsciente
cuando te vi a mi lado
y hasta el pulso por ti se me ha parado...
Buscaba mi cintura
un brazo que de noche la ciñera,
ansiaba con locura,
un labio que se uniera
a mi boca cansada por la espera...
Buscaba un hombro amigo
en dónde reposar la madrugada
y un tibio olor a trigo,
una mano apretada
y el divino calor de una mirada.
Estaba tan vacía,
tan harta de soñar y tan sin sueño,
tan lejana y tan fría,
tan libre y tan sin dueño,
que tan sólo morir era mi empeño...
Por lo cual, asombrada,
me quedé contemplando al mediodía
tu figura delgada,
tu süave armonía
y tu casi perfecta geometría.
Alegres nos miramos
en la tarde morada de violetas
y después caminamos
por plazas recoletas
salpicadas de rejas y macetas.
Y de noche temblando,
perdida entre la niebla de tu viento,
me bebí suspirando
la menta de tu aliento,
en un beso apretado, dulce y lento...
¡Qué espesa la saliva!...
¡Qué lejano el rüido de la calle!...
Y el labio cómo iba
-mariposa en el valle
de la espalda- ...buscando el fino talle...
Se desbocó en mi frente
el pulso como un perro malherido
y paralelamente,
te sentí, en un gemido,
doblarte en mi garganta sin rüido.
Y después... la almohada,
pesarosa del rizo y la postura
y la sábana helada,
-mortaja de blancura-
plisándose sin voz a mi cintura.