Romance de la Petenera, de Rafael de León | Poema

    Poema en español
    Romance de la Petenera

    La Petenera bailaba 
    en el café del Burrero... 

    Su bata de cola iba 
    derramándose en el suelo 
    como una fuente de lazos 
    y de encajes entreabiertos, 
    dejando un olor amargo 
    de almidón calenturiento. 

    La Petenera bailaba 
    cintura de nardo nuevo... 

    'Gabriel el de los Lunares', 
    la iba en el baile siguiendo 
    y el corazón le bailaba 
    sobre la tabla del pecho. 
    —¡Petenera de mis curpas, 
    por tu curpa yo me muero! 

    La noche se descolgaba 
    por un balcón de silencio, 
    embistiendo con la luna 
    el flanco de los luceros. 
    En el callejón del Agua 
    a Gabriel hallaron muerto; 
    en su garganta sin venas 
    había un cuchillo latiendo, 
    con un letrero en la hoja: 
    “Por tu “curpa” yo me muero”. 

    Cantaba la Petenera 
    con voz de limón moreno... 
    Un ruiseñor se subía 
    por ia mata de su pelo 
    y picaba los corales 
    de sus zarcillos plateros... 

    Don Juan José, el de Sanlúcar, 
    entre cañero y cañero, 
    bajo se traje de pana 
    iba sus ayes bebiendo. 
    —¡Petenera de mis carnes 
    sino de mi sino negro! 

    Dolores se desangraba 
    mesándose los cabellos, 
    en una copla terrible 
    que empañaba los espejos: 

    —¡Yo te quiero y tú me quieres 
    y no puede ser lo nuestro, 
    que entre tu casa y mi casa 
    yo tengo a mi amante muerto! 

    Dos marineros borrachos, 
    en sus brazos la cogieron 
    meciéndola en un columpio 
    de suspiros y humo denso. 
    —¡Petenera de mis carnes, 
    sino de mi sino negro! 

    Entre sábanas de hilo 
    y tisanas de romero, 
    don Juan José, el de Sanlúcar, 
    murió a llegar el invierno; 
    un ¡ay! de la Petenera 
    tenía clavado en el pecho. 

    La Petenera lloraba 
    en el café del Burrero; 
    sobre el mármol de la mesa 
    se deshojaba su pelo. 
    — ¡Malhaya sea, malhaya, 
    quien Petenera me ha puesto! 
    Al llegar la medianoche, 
    la Petenera se ha muerto. 

    Su voz seguía cantando 
    en el café del Burrero, 
    dentro de la bata blanca, 
    mortaja de sus lamentos. 
    Campanas no la doblaron, 
    ni la lloraron pañuelos, 
    ni tuvo quien por su alma 
    le rezara un padrenuestro. 

    ¡Que está viva y no está viva, 
    porque de pena se ha muerto!