Rosas, creced, pujad, multiplicaos
hasta invadir las cajas de caudales,
hasta impedir las ametralladoras,
hasta sembrar la pólvora y el hierro
de luz y primavera,
hasta ocupar el odio y las entrañas
de obuses, bombas, balas y morteros.
A cortar silencio, esposa.
Está Castilla crecida
de silencio y sonorosa
paz, oreo por la herida
melancólica. Qué olores
tiene el campo que amanece.
Alamillos reidores
con el viento que les mece
están cribando en sus hojas
sol y sombra por el suelo.
Coge silencio sin duelo,
que se viertan las congojas.
Huele el campo que alimenta
de serenidad, y canta
un sabor en la garganta
que va de romero a menta.
Disuelve el terrón reseco,
silencio, y dale a la tierra
arada. Rellena el hueco
de sombra con luz de sierra,
y ponme a cantar a coro
con el color de la jara,
con el arbolillo de oro
-cuatro hojicas en la vara-,
con el arroyo serrano
y el pájaro que gotea
uvas de armonía. Sea
grano de trigo en verano
y buche de agua marcera,
y carmín en el poniente,
sagrada sombra de higuera
y diamante en el relente.
Fúndeme a tu ritmo eterno,
silencio del campo mío.
El pensamiento hace invierno
y metafísico frío.
Corta la invisible rosa.
Está crecida Castilla
de silencio para trilla
de corazones, esposa.
Rosas, creced, pujad, multiplicaos
hasta invadir las cajas de caudales,
hasta impedir las ametralladoras,
hasta sembrar la pólvora y el hierro
de luz y primavera,
hasta ocupar el odio y las entrañas
de obuses, bombas, balas y morteros.
A cortar silencio, esposa.
Está Castilla crecida
de silencio y sonorosa
paz, oreo por la herida
melancólica. Qué olores
tiene el campo que amanece.
Alamillos reidores
con el viento que les mece
Otro doce de octubre, compañera,
con la serena flor de la alegría
y más luz en los ojos. Se diría,
coraje renaciente, que te espera