No subsiste línea recta ni carretera iluminada hacia un ser que nos ha dejado. ¿Dónde se aturde nuestro afecto? Un anillo de árbol tras otro, si se acerca es para hundirse al punto. Su rostro a veces viene a apretarse contra el nuestro, sin producir otra cosa que un relámpago helado. El día que alargaba la dicha entre él y nosotros no se halla en ningún sitio. Todas las partes -casi excesivas- de una presencia se han dislocado de golpe. Rutina de nuestra vigilancia... Sin embargo ese ser suprimido persiste en algo rígido, desierto, esencial que en nosotros hay, donde nuestros milenios juntos alcanzan exactamente el espesor de un párpado cerrado.
Hemos cesado de hablar con el que amamos, y sin embargo no reina el silencio. ¿Qué es de él, entonces? Sabemos, o creemos saber. Pero solamente cuando el pasado que significa se abre para darle paso. Aquí le tenemos a nuestra altura, más lejos, por delante. En el momento, de nuevo contenido, en que interrogamos a todo el peso del enigma, súbitamente comienza el dolor, el de compañero a compañero, que esta vez el arquero no traspasa.
La desapariciones inexplicables Los accidentes imprevisibles Los infortunios quizá excesivos Las catástrofes de todo orden Los cataclismos que ahogan y carbonizan El suicidio considerado crimen Los degenerados intratables
El águila ve como se borran gradualmente las huellas de la memoria helada La extensión de la soledad hace apenas visible la presa que huye A través de cada una de las regiones Donde uno mata donde a uno lo matan libremente Presa insensible