¡Qué muerte tan larga llevan las flores en tu seno; tu soledad no es parecida a la de nadie; tu soledad tiene la boca quebrada y el acero de los pechos fríos, con herrumbre. No es el mundo lo que gira a tu alrededor sino tu asco eterno que lo desalienta y lo desprecia, con una flor sin aire, con un dolor vacío.
Si yo me viera sumergido en el mar, donde la sal cubre el átomo y los árboles dan flores que nadie recoge, y el cielo estrellas que nadie mira, tal vez encontrara tu sombra sobre un piso de raíces y espinas.
Si yo volviera al aire, qué almohada de brazos húmedos tendría tu sombra, qué serenidad hallaría tu pie desnudo; tu canto haría temblar la raíz de las hojas muertas de los valles.
Pero el amor es el amor, y yo agradezco el tuyo que me llena de lombrices los oídos. ¡Qué alto pino es la memoria del amor! Debajo de las hojas está tu cuerpo con su ángel muerto.
Pero yo quisiera ser distinto: huir, huir de la ceniza. Si yo pudiera, qué viento hermoso movería tu sueño de aire sin cielo de agua sin peces, de amor sin recuerdo; de flores que atraviesan una cuenca triste dormida sobre el polvo.
¡Qué muerte tan larga llevan las flores en tu seno; tu soledad no es parecida a la de nadie; tu soledad tiene la boca quebrada y el acero de los pechos fríos, con herrumbre. No es el mundo lo que gira a tu alrededor sino tu asco eterno
No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo, de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor de mi mano. Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas, con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera