Madres de los poetas que en el pasado han sido, vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes. Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido y no los conocisteis.
Madres de los poetas que en el presente son, con vuestra eternidad de ternuras y arrullo calmaréis a los mares y al viento arrasador, pero no al dolor suyo.
Madres de los poetas que mañana serán, sobre la tierra fría se perderán sus pasos; buscarán nuevas sendas y nunca dormirán sobre vuestros regazos.
Madres de los poetas que son, serán, y han sido, garganta de esos cantos, surco de esas semillas, árbol que no dio flores y que en otoño ha visto dispersarse a lo lejos sus hojas amarillas.
Vosotras que supisteis su inocencia primera, gritad que fueron buenos y que amaban a Dios. Grande fue su pasión por la carne terrena, pero más grande fue su amor.
Llorad por sus dolores y sus ansias secretas, por sus manos crispadas y por sus alas rotas. Llorad por vuestros hijos, madres de los poetas, que, por consolaros, lloraré con vosotras.
A lo lejos se escucha un canto, vago y tembloroso, lejano, lejano... Una voz de niña, que en él va llorando, vibra cono un dulce timbre puro y claro. Solo y triste marcho por este camino que guardan los álamos. (Las casa que esperan al desesperado
Madres de los poetas que en el pasado han sido, vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes. Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido y no los conocisteis.