¿Quién podría abrazarte, diosa oscura, quién osaría acariciar tu cuerpo o respirar el aire de la noche por entre el pelo pardo de tu cara?…
¡Ah!, ¿quién te enlazaría cuando pasas sobre la frente como un soplo y zumba la estancia sacudida por tu vuelo y quién podría ¡sin morir! sentirte temblar sobre los labios detenida o reír en la sombra, descubierto, cuando tu manto azota las paredes?…
¿Por qué venir a la mansión del hombre si no se es de su carne ni se tiene voz ni se puede comprender los muros?
¿Por qué traer la ciega noche extensa que no cabe en el cáliz de los límites…
Desde el tácito aliento de la sombra que la floresta tiende en las vertientes -quebrada roca, imprevisible musgo-,
desde troncos o lazos de lianas, desde la voz lasciva del silencio vienen los ojos de tus alas lentas.
Da la datura su canción nocturna que trasciende al compás que va la hiedra ascendiendo hacia el talle de los árboles cuando el crótalo arrastra sus anillos y leves voces laten en gargantas entre el cieno que nutre al lirio blanco mirado por la noche intensamente…
Sobre montes velludos, sobre playas donde las olas blancas se deshojan la soledad tendida está a tu vuelo…
¿Por qué traes a la alcoba, a la ventana abierta, confiada, el terror?