Hay ventanas que pueden habitarse como se habita una ciudad, durante años. Hay escenas que encienden una vida y vidas que encienden una muerte mientras duran.
Tan sólo fue un instante. Después aquella imagen fue quedándose atrás y tuve la certeza de que ella misma había consentido en su muerte.
El sacrificio es siempre una forma de venganza. En la noche anterior él le había prometido llevarla a ver el mar.
La ventanilla de un tren puede llegar a contener el mundo en un instante.
Después de golpearla ella cayó de rodillas ante él, mientras él la miraba y su mano homicida se abría sin querer y la piedra sangraba, se dejaba caer, se despeñaba talud abajo.
Me pregunto cómo se conocieron. En dónde enamoraron. Si ella sabía coser. Si habría criaturas esperándola.
No pude decir nada. Asistir al fragmento de la vida de otros. Sentir la medianía de un cuerpo malogrado. Ver cómo me alejaba y mi ojos sin tiempo querían estirarse, detenerse, comprender.
El tren seguía su curso.
(Un hombre solo que planea una muerte en campo abierto. Alguien que casualmente miraba en ese instante por la ventanilla de un tren y lo contempla. Eso es todo.)
Aprendo a concederme la hermosura del aire entre lo humano. Las páginas oscuras del secreto rosal adelantan los labios. Entiende amor, que llamarán a tu puerta de muy lejos,
Hay ventanas que pueden habitarse como se habita una ciudad, durante años. Hay escenas que encienden una vida y vidas que encienden una muerte mientras duran.
La misma incertidumbre con la que un día preciso que ya fuiste acordando sin saberlo, comienza a desprenderse la leve gasa que ocultara la trama de tu herida, una herida reciente que late sin hablar y está tan dentro