¿Eva era rubia? No. Con negros ojos vio la manzana del jardín: con labios rojos probó su miel; con labios rojos que saben hoy más ciencia que los sabios.
Venus tuvo el azur en sus pupilas pero su hijo no. Negros y fieros encienden a las tórtolas tranquilas los dos ojos de Eros.
Los ojos de las reinas fabulosas, de las reinas magníficas y fuertes, tenían las pupilas tenebrosas que daban los amores y las muertes.
Pentesilea, reina de amazonas, Judith, espada y fuerza de Betulia, Cleopatra, encantadora de coronas, la luz tuvieron de tus ojos, Julia.
Luz negra, que es más luz que la luz blanca del sol, y las azules de los cielos. Luz que el más rojo resplandor arranca al diamante terrible de los celos.
Luz negra, luz divina, luz que alegra la luz meridional, luz de las niñas de las grandes ojeras, ¡oh luz negra que hace cantar a Pan bajo las viñas!
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. Voy bajo tempestades y tormentas ciego de ensueño y loco de armonía.
Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata para que un día puedas colmar la sed ardiente, la sed que con su fuego más que la muerte mata. Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente,
¡Qué alegre y fresca la mañanita! Me agarra el aire por la nariz: los perros ladran, un chico grita y una muchacha gorda y bonita, junto a una piedra, muele maíz.
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello al paso de los tristes y errantes soñadores? ¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, tiránico a las aguas e impasible a las flores?
Nada mejor para cantar la vida, y aún para dar sonrisas a la muerte, que la áurea copa en donde Venus vierte la esencia azul de su viña encendida. Por respirar los perfumes de Armida