Este amoroso tormento, de Sor Juana Inés de la Cruz | Poema

    Poema en español
    Este amoroso tormento

    Este amoroso tormento 
    que en mi corazón se ve, 
    sé que lo siento, y no sé 
    la causa por que lo siento. 

    Siento una grave agonía 
    por lograr un devaneo 
    que empieza como deseo 
    y para en melancolía. 

    Y cuando con más terneza 
    mi infeliz estado lloro, 
    sé que estoy triste e ignoro 
    la causa de mi tristeza. 

    Siento un anhelo tirano 
    por la ocasión a que aspiro 
    y cuando cerca la miro 
    yo misma aparto la mano. 

    Porque si acaso se ofrece 
    después de tanto desvelo, 
    la desazona el recelo 
    o el susto la desvanece. 

    Y si alguna vez sin susto 
    consigo tal posesión, 
    cualquiera leve ocasión 
    me malogra todo el gusto. 

    Siento mal del mismo bien 
    con receloso temor, 
    y me obliga el mismo amor 
    tal vez a mostrar desdén. 

    Cualquier leve ocasión labra 
    en mi pecho de manera 
    que el que imposibles venciera 
    se irrita de una palabra. 

    Con poca causa ofendida 
    suelo en mitad de mi amor 
    negar un leve favor 
    a quien le diera la vida. 

    Ya sufrida, ya irritada, 
    con contrarias penas lucho, 
    que por él sufriré mucho 
    y con él sufriré nada. 

    No sé en qué lógica cabe 
    el que tal cuestión se pruebe, 
    que por él lo grave es leve 
    y con él lo leve es grave. 

    Sin bastantes fundamentos 
    forman mis tristes cuidados, 
    de conceptos engañados, 
    un monte de sentimientos. 

    Y en aquel fiero conjunto 
    hallo, cuando se derriba, 
    que aquella máquina altiva 
    sólo estribaba en un punto. 

    Tal vez el dolor me engaña, 
    y presumo sin razón 
    que no habrá satisfacción 
    que pueda templar mi saña. 

    Y cuando a averiguar llego 
    el agravio por que riño, 
    es como espanto de niño 
    que para en burlas y juego. 

    Y aunque el desengaño toco, 
    con la misma pena lucho 
    de ver que padezco mucho 
    padeciendo por tan poco. 

    A vengarse se abalanza 
    tal vez el alma ofendida 
    y después arrepentida 
    toma de mí otra venganza. 

    Y si al desdén satisfago 
    es con tan ambiguo error 
    que yo pienso que es rigor 
    y se remata en halago. 

    Hasta el labio desatento 
    suele equívoco tal vez, 
    por usar de la altivez, 
    encontrar el rendimiento. 

    Cuando por soñada culpa 
    con más enojo me incito, 
    yo le acrimino el delito 
    y le busco la disculpa. 

    No huyo el mal ni busco el bien, 
    porque en mi confuso error 
    ni me asegura el amor 
    ni me despecha el desdén. 

    En mi ciego devaneo, 
    bien hallada con mi engaño, 
    solicito el desengaño 
    y no encontrarlo deseo. 

    Si alguno mis quejas oye, 
    más a decirlas me obliga, 
    porque me las contradiga, 
    que no porque las apoye. 

    Porque si con la pasión 
    algo contra mi amor digo, 
    es mi mayor enemigo 
    quien me concede razón. 

    Y si acaso en mi provecho 
    hallo la razón propicia, 
    me embaraza la injusticia 
    y ando cediendo el derecho. 

    Nunca hallo gusto cumplido, 
    porque entre alivio y dolor 
    hallo culpa en el amor 
    y disculpa en el olvido. 

    Esto de mi pena dura 
    es algo del dolor fiero 
    y mucho más no refiero 
    porque pasa de locura. 

    Si acaso me contradigo 
    en este confuso error, 
    aquel que tuviese amor 
    entenderá lo que digo.

    Juana Ramírez de Asbaje nació en San Miguel de Neplantla (México) el 10 ó 12 de noviembre de 1651. Antes de cumplir los tres años, Juana acudió a la escuela siguiendo a una de sus hermanas mayores. De joven, la pasión por el estudio y el deseo de vivir sola, hicieron que pidiera permiso a su madre para irse travestida de chico a estudiar ciencias en la Universidad de México. Como no pudo ser y no le gustaban los hombres, decidió meterse monja, a pesar de que no tenía vocación religiosa. Moriría el domingo 17 de abril de 1695 del contagio de enfermas a las que asistió durante una epidemia de peste que afectó a la Ciudad de México, donde está enterrada. Tenía 43 años y medio. Había escrito obras fundamentales de la literatura universal. Sus últimas fueron, muy probablemente, los Enigmas ofrecidos a la soberana Asamblea de La Casa del Placer.