Satira filosófica, de Sor Juana Inés de la Cruz | Poema

    Poema en español
    Satira filosófica

    Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que ellos causan. 
    Hombres necios que acusáis 
    a la mujer sin razón 
    sin ver que sois la ocasión 
    de los mismo que culpáis: 
    si con ansia sin igual 
    solicitáis su desdén, 
    ¿porqué queréis que obren bien 
    si las incitáis al mal? 
    Combatís su resistencia 
    y luego, con gravedad, 
    decís que fue liviandad 
    lo que hizo la diligencia. 
    Parecer quiere el denuedo 
    de vuestro parecer loco, 
    al niño que pone el coco 
    y luego le tiene miedo. 
    Queréis con presunción necia, 
    hallar a la que buscáis, 
    para pretendida, Thais, 
    y en la posesión, Lucrecia. 
    ¿Qué humor puede ser más raro 
    que el que, falto de consejo, 
    él mismo empaña el espejo, 
    y siente que no esté claro? 
    Con el favor y el desdén 
    tenéis condición igual, 
    quejándoos, si os tratan mal, 
    burlándoos, si os quieren bien. 
    Opinión ninguna gana; 
    pues la que más se recata, 
    si no os admite es ingrata, 
    y si os admite es liviana. 
    Siempre tan necios andáis 
    que, con desigual nivel, 
    a una culpáis por cruel 
    y a otra por fácil culpáis. 
    ¿Pues como ha de estar templada 
    la que vuestro amor pretende, 
    si la que es ingrata, ofende, 
    y la que es fácil, enfada? 
    Más entre el enfado y pena 
    que vuestro gusto refiere, 
    bien haya la que no os quiere 
    y quejáos en hora buena. 
    Dan vuestras amantes penas 
    a sus libertades alas, 
    y después de hacerlas malas 
    las queréis hallar muy buenas. 
    ¿Cual mayor culpa ha tenido 
    en una pasión errada: 
    la que se cae de rogada, 
    o el que ruega de caído? 
    ¿O cual es más de culpar, 
    aunque cualquiera mal haga: 
    la que peca por la paga, 
    o el que paga por pecar? 
    Pues ¿para qué os espantáis 
    de la culpa que tenéis? 
    Queredlas cual las hacéis 
    o hacedlas cual las buscáis. 
    Dejad de solicitar, 
    y después, con más razón. 
    acusaréis la afición; 
    de la que os fuere a rogar. 
    Bien con muchas armas fundo 
    que lidia vuestra arrogancia, 
    pues en promesa e instancia 
    juntáis diablo, carne y mundo. 

    Juana Ramírez de Asbaje nació en San Miguel de Neplantla (México) el 10 ó 12 de noviembre de 1651. Antes de cumplir los tres años, Juana acudió a la escuela siguiendo a una de sus hermanas mayores. De joven, la pasión por el estudio y el deseo de vivir sola, hicieron que pidiera permiso a su madre para irse travestida de chico a estudiar ciencias en la Universidad de México. Como no pudo ser y no le gustaban los hombres, decidió meterse monja, a pesar de que no tenía vocación religiosa. Moriría el domingo 17 de abril de 1695 del contagio de enfermas a las que asistió durante una epidemia de peste que afectó a la Ciudad de México, donde está enterrada. Tenía 43 años y medio. Había escrito obras fundamentales de la literatura universal. Sus últimas fueron, muy probablemente, los Enigmas ofrecidos a la soberana Asamblea de La Casa del Placer.