Los huevos, de Tomás de Iriarte | Poema

    Poema en español
    Los huevos

    Más allá de las islas Filipinas 
    hay una, que ni sé cómo se llama, 
    ni me importa saberlo; donde es fama 
    que jamás hubo casta de gallinas 
    hasta que allá un viajero 

    llevó por accidente un gallinero. 
    Al fin tal fue la cría, que ya el plato 
    más común y barato 
    era de huevos frescos; pero todos 
    los pasaban por agua (que el viajante 

    no enseñó a componerlos de otros modos). 
    Luego de aquella tierra un habitante 
    introdujo el comerlos estrellados. 
    ¡Oh qué elogios se oyeron a porfía 
    de su rara y fecunda fantasía! 

    Otro discurre hacerlos escalfados. 
    ¡Pensamiento feliz! Otro rellenos... 
    ¡Ahora sí que están los huevos buenos! 
    Uno después inventa la tortilla, 
    y todos claman ya: ¡qué maravilla! 

    No bien se pasó un año, 
    cuando otro dijo: «Sois unos petates: 
    yo los haré revueltos con tomates.» 
    Y aquel guiso de huevos tan extraño, 
    con que toda la isla se alborota, 

    hubiera estado largo tiempo en uso, 
    a no ser porque luego los compuso 
    un famoso extranjero a la Hugonota. 
    Esto hicieron diversos cocineros; 
    pero ¡qué condimentos delicados 

    no añadieron después los reposteros! 
    Moles, dobles, hilados, 
    en caramelo, en leche, 
    en sorbete, en compota, en escabeche. 
    Al cabo todos eran inventores, 

    y los últimos huevos los mejores. 
    Mas un prudente anciano 
    les dijo un día: «Presumís en vano 
    de esas composiciones peregrinas. 
    ¡Gracias al que nos trajo las gallinas! 

    Tantos autores nuevos 
    ¿no se pudieran ir a guisar huevos 
    más allá de las islas Filipinas? 

    No falta quien quiera pasar por autor original cuando no hace más que repetir, con corta diferencia, lo que otros muchos han dicho.