Arcángel derribado, el más hermoso de todos tú, el más bello, el que quisiste ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste, sueño mío rebelde y ambicioso.
Dios eres en tu cielo tenebroso, señor de la tiniebla en que te hundiste y de este corazón en que encendiste un fuego oscuramente luminoso.
Demonio, señor mío, haz que en mi entraña cante siempre su música el deseo y el insaciable amor de la hermosura,
te dije un día a ti, ebrio de saña mortal. Y, luego a Dios también: No creo. Pero velaba Dios desde la altura.
¿De dónde llegas tú, ilusión de un día porvenir, tú, esperanza de un pasado nunca cumplido, pero que yo ahora evoco entre marchitas profecías o anticipo en nostalgia? De recuerdos y paciencias me nutro. Los ayeres y los mañanas dóciles acuden