Arcángel derribado, el más hermoso de todos tú, el más bello, el que quisiste ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste, sueño mío rebelde y ambicioso.
Dios eres en tu cielo tenebroso, señor de la tiniebla en que te hundiste y de este corazón en que encendiste un fuego oscuramente luminoso.
Demonio, señor mío, haz que en mi entraña cante siempre su música el deseo y el insaciable amor de la hermosura,
te dije un día a ti, ebrio de saña mortal. Y, luego a Dios también: No creo. Pero velaba Dios desde la altura.
¡Qué profundo es mi sueño! ¡Qué profundo y qué claro, qué transparente es, ahora, el universo! Si pensando en ti, siempre, si, soñado contigo, me desvelo, y te miro por dentro, con mis ojos, si te miro por dentro...
¿De dónde llegas tú, ilusión de un día porvenir, tú, esperanza de un pasado nunca cumplido, pero que yo ahora evoco entre marchitas profecías o anticipo en nostalgia? De recuerdos y paciencias me nutro. Los ayeres y los mañanas dóciles acuden