Cuando de niño empecé
a darme a la poesía,
tan en serio lo tomé,
que sólo en serio escribía.
Romántico exagerado,
era lo triste mi fuerte.
¡Válgame Dios!, ¡le he soltado
cada soneto, A la muerte!
La fatalidad, el sino,
el hado, la parca fiera,
el arroyo cristalino
y la tórtola parlera...
Todo junto le servía
a mi necia inspiración
para hacer una elegía
que partía el corazón.
No hubo desgracia ni duelo
que en verso no describiera...
¡Si estaba pidiendo al cielo
que la gente se muriera!
¿Qué airado el mar se tragaba
la barca de un pescador?
Pues yo en mi lira lanzaba
los lamentos del dolor.
¿Que un amigo se moría,
viejo, joven, listo o zafio?
Pues, ¡zas!, al siguiente día
publicaba su epitafio.
¿Que una madre acongojada
gemía en llanto deshecha?
¿Que por una granizada
se perdía la cosecha?
Pues yo enjugaba aquel llanto
en versos de arte mayor,
y maldecía en un Canto
al Granizo destructor.
Escéptico y pesimista,
¡me hacía unas reflexiones!...
Sirva de ejemplo esta lista
de varias composiciones:
Ludibrio, Dios iracundo,
Profanación y adulterio.
Los desengaños del mundo,
El ciprés del cementerio.
Pues, ¿y una composición
en que imitando a otros vates,
con la mejor intención
decía estos disparates?
«¡Ay! El mundo en su falsía
aumentará mi delito,
vertiendo en el alma mía
la duda de lo infinito.»
«Triste, errante y moribundo,
sigo el ignoto sendero,
sin encontrar en el mundo
un amigo verdadero.»
«¡Todo es falsedad, mentira!
¡En vano busco la calma!
¡Son las cuerdas de mi lira
sensibles fibras del alma!»
«¡El mundo, en su loco anhelo
me empuja hacia el hondo abismo!
¡Dudo de Dios y del cielo,
y hasta dudo de mí mismo!»
«¡Esta existencia me hastía!
¡Nada en el mundo es verdad!»
..............................
¡Y todo esto lo decía
a los quince años de edad!
Francamente, yo no sé
cómo algún lector sensato
no me pegó un puntapié
por necio y por mentecato.
Por fortuna, ya no siento
aquellas melancolías,
ni doy a nadie tormento
con vanas filosofías.
Ya no me meto en honduras,
ni hablo de llantos y penas,
ni canto mis amarguras
ni las desdichas ajenas.
He cambiado de tal modo,
que soy otro diferente;
pues hoy me río de todo,
¡y me va perfectamente!