REY.—(Leyendo.)
No da el sol con su llama beso tan riente
a la flor mañanera que unge el rocío,
como tus ojos, cuando su rayo hiriente,
brilla a través del iris del llanto mío.
Ni la luna con su aéreo cendal de plata
copia en la onda su mística triste hermosura,
como tu rostro altivo, si se retrata
en el húmedo espejo de mi amargura.
Perla que cae, refleja tu faz divina;
y, al rodar, fulge en ella radiosamente
la luz de esa mirada que me fascina,
o el oro de tu tersa pálida frente.
Trovador de tu gloria será mi duelo;
tu dádiva, la risa que me enamora;
tu desdén, acicate de mi desvelo.
¡Oh, reina de las reinas! ¡Hora tras hora
robaré al aire frases que él roba al cielo,
para cantar la pena que me devora!