Estamos sentados en un agrietado banco de la Plaza de Oriente. Bebemos litros y comemos papas sin sal. Pasamos frío. Hablamos de cine, de mujeres, del futuro.
Cada día me asemejo un poco más al cadáver que seré. Algunas veces la evidencia me atenaza. Me paro frente al espejo. E intento verme morir. Segundo a segundo. Célula a célula. Una ojerosa imagen me devuelve la tentativa desde el otro lado.
Las sirenas azules aúllan atravesando la avenida. A toda velocidad. Dos, cuatro, seis. Se saltan semáforos. Provocan frenazos. E improperios. En Vicálvaro deben de tener mucho follón. O un menú del día que te cagas. Jornada tras jornada.
l curro. Las piernas me duelen cosa mala. No paran de moverse. El difusor de agua es un cabrón. Te la sirve a grado y medio. Y seguro que está envenenada. O algo peor. La subnormal de la cara taladrada me regaña.