Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres. Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones. Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.
Pensamos en lo que nos dijo el simpaticorro guía catalán. (Tenía perilla y ganas de demostrar lo bien que se lo pasaba). 'Mientras haya cuervos en la Bloody Tower, la Casa Real británica permanecerá en el trono'.
David clava en mi pupila su pupila azul. 'Podemos venir con una escopeta y no dejar uno'. Digo que sí con la cabeza. 'Y de paso nos cargamos unas cuantas gaviotas. ¿Te parece?'. 'Wonderful', chapurreo. David me sonríe y echa un largo trago de su lata de sidra. ...
Cada día me asemejo un poco más al cadáver que seré. Algunas veces la evidencia me atenaza. Me paro frente al espejo. E intento verme morir. Segundo a segundo. Célula a célula. Una ojerosa imagen me devuelve la tentativa desde el otro lado.
Las finas hiedras se marchitan en las macetas de mamá. Procuran medrar, expandirse, pero el clima no lo consiente. Así que se limitan a ver pasar los coches, los perros, las nubes, las avispas, los transeúntes, las horas, los días, asomadas al balcón.
Frente a mí, un níveo maniquí femenino. Peluca encarnada y vagina de látex. Quiere absorber mi semen. Nutrirse de mi semilla. Inflar sus tejidos y aportarles la vitalidad de mi esperma.
Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres. Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones. Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.
Vuelvo a casa en Metro. Junto a mí, viaja una pareja de jovenzuelos. Ella no para de rajar. Él le besuquea la cara, cada poco tiempo. (Chuic chuic chuic), babosos y chascosos.