Lo sabes ¿no?, de Álvaro Sarró | Poema

Mientras vas, te aburres.
Sólo piensas en llegar.

Cuando llegas, no disfrutas.
Sólo piensas en alargar la estancia.

Luego, te marchas.

Tranquilo.
Volverás.
Volveremos.

Me hubiera gustado escribir la continuación de la historia de la hiedra moribunda.
De verdad.
Pero ha sido reemplazada por una rolliza planta de Aloe Vera.

La fama es arrebato.
Y se lleva todo por delante.

Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres.
Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones.
Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.

La chica tenía los ojos amarillos.
Las manos pequeñas.
Los pies tatuados.
Y no le gustaba quitarse el sostén.

Tenía algo increíble en su interior.
Un talento de la hostia.

Despierto aturdido entre sábanas sudadas.
Las siestas de más de dos horas te vapulean así.
Ella ronca débilmente a mi espalda.
Sus largos brazos me rodean.

Dicen que anhelamos lo que no tenemos.
Que, cuando lo conseguimos, perdemos el interés.
El deseo se desvanece.

Desnudo y empalmado.
En la apacible noche veraniega.
Mantengo el equilibrio sobre la baranda.
Me sujeto al toldo con brazos tensos.

Tú estás ahí, ahora.
Yo estuve aquí, ahora.

En el tiempo que tardo en escribir ‘estoy’,
ese presente ha volado.
Por eso digo que estuve,
y no que estoy.