Dicen que anhelamos lo que no tenemos. Que, cuando lo conseguimos, perdemos el interés. El deseo se desvanece.
Yo sólo anhelo un minuto más. Y cuando lo obtenga, supongo que desearé otro. Y luego otro. Y otro. Hasta que no tenga fuerzas ni para desear. O hasta que me apuñalen, o me pase por encima un 4x4.
El dolor de tripa. Las mismas trabas a la hora de narrar. Todo le suena pretencioso, envasado, artificial. Debe recuperar la furia de días pasados. Entonces, las historias brotaban como pus. Removían mentalidades. Eso es lo que trata de hacer.
En nuestro día a día es imposible captarlo; salvo, quizás, cuando estás embebido en el torbellino de tu imaginación. (Especialmente, si el reloj de la mesilla marca las dos y cuarenta y tres de la madrugada). Encerrado, en la habitación asfixiante.
La chica de la larga cabellera de rizos tostados solía pasearse por las faldas del Montdúver. Ojos de pantera brillaban tras las chispeantes y kilométricas pestañas.
Pongo el índice sobre el detector. Pita. Se lo piensa. Pita de nuevo. 'Acceso correcto'. Soy el número treinta y cuatro. Entro en la habitación. En su interior, quince personas a las que únicamente conozco de vista. Teclean, se aburren.
26 de julio de 2012. Nueve y pico de la tarde. Salgo de casa. No aviso a L. Estará gozando en las fiestas de su pueblo. (Y no quisiera preocuparla en balde). Giro el contacto. Empieza a chispear. Conduzco hacia la R-3. Huele a tormenta.
Eres demasiado joven para encadenarte. Demasiado egoísta, demasiado infantil. Piensas en lo tuyo pero no lo agarras. No lo trabajas tanto como deberías.
Ella dijo que eres lo más importante del mundo. Todos lo somos.